[Solar-general] [OT] El cerebro, inversión de alto riesgo

Martin Olivera martin_olivera en yahoo.com.ar
Mie Mar 24 15:12:33 CET 2004


Muy interesante la mencion final sobre la diversidad
de pensamientos...
http://www.conicet.gov.ar/diarios/2004/Marzo/nota89.php
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El cerebro, inversión de alto riesgo 

Por Jorge A. Colombo 
Para LA NACION 

Hoy, el cerebro de un gorila pesa alrededor de 500 g;
el del Homo habilis (hace 2 millones de años) pesaba
600 g. Quinientos mil años después el cerebro del Homo
erectus, pesaba más de 800 g. Hoy, un millón y medio
de años más tarde nosotros, los Homo sapiens, portamos
un cerebro que tiene un peso promedio de alrededor de
1300 g. Un cerebro en el cual la corteza tuvo un
desarrollo comparado descomunal. Tal vez convenga
aclarar que para pesos corporales similares, mayor
peso cerebral implica mayor número de células y de
conexiones. 

Podría decirse que -con criterios evolutivos- el
cerebro ha sido una inversión de alto riesgo por el
gasto energético requerido para desarrollar y mantener
un órgano tan exigente. Cuando nacemos, utiliza el 60%
o más de lo que nuestro cuerpo consume. Y en la
madurez, todavía sigue requiriendo entre el 20 y el
25% del consumo total. Y, sin embargo -para un
individuo promedio-, representa apenas un 2% del peso
de nuestro cuerpo. En un perro, por ejemplo, el mismo
órgano consume alrededor de un 5% de su energía; le
sale más barato. Claro -podrá decirse- da más trabajo
hablar que ladrar. Sin duda, la emergencia del
lenguaje aportó una nueva dimensión al desarrollo.
Pero no es que nuestro cerebro gaste más porque
hablamos sino, en todo caso, porque podemos hablar,
entre otras cosas. 

Una verdadera inversión 

Para llegar a tal desarrollo cerebral fue necesario un
período extendido de inmadurez posnatal, lo que
requirió de estrategias sociales para lograrlo. Y
esto, a su vez, abrió la posibilidad de un prolongado
período de "tallado" social del cerebro, crucial para
definir las características emocionales y cognitivas
ulteriores. Decididamente, el cerebro es un órgano muy
caro para la economía de nuestro cuerpo. 

¿Cómo fue que los gastos de este órgano se dispararon
a las nubes? ¿Y cómo pudimos tolerarlo? Este verdadero
universo de delicadas e intrincadas comunicaciones
sólo fue posible gracias a una serie de factores
permisivos. Entre ellos, un cambio de dieta y un
cambio social, y una estabilidad en esos cambios. De
otro modo nuestro cerebro no hubiera sido viable. 

Para ello, el Homo cambió su estrategia de
supervivencia. Su alimentación se hizo más rica en
carnes -más rica en calorías y componentes- y de más
fácil digestión que la dieta vegetal; se redujo el
consumo de energía destinado a mantener el exagerado
aparato requerido para procesar tanta fibra y
celulosa. Sin este "trueque" en el gasto de energía
(un poco menos de aparato digestivo y un poco más de
cerebro) no hubiera sido posible el desarrollo de un
órgano tan consumidor. 

Nuestros hábitos alimentarios, entonces, habrían
contribuido a que este cerebro fuera posible. Cabe
agregar, sin embargo, que un Australopithecus o un
Homo erectus no hubiera podido parir un Homo sapiens:
su pelvis no hubiera permitido el parto de un chico
tan cabezón. Como puede apreciarse, varios factores
contribuyeron para que sobreviviera un infante de Homo
sapiens y que así llegáramos hasta nuestros días. 

Los chicos del futuro 

Es precisamente el deterioro de esos factores lo que
hoy amenaza a vastas poblaciones de chicos
pertenecientes a familias en condiciones de
indigencia: la degradación del hábitat, de la
contención familiar, de la nutrición, de la salubridad
ambiental, de las expectativas del grupo. Debe tenerse
en cuenta que el desarrollo cerebral no depende
solamente de programas genéticos, sino también de
influencias del medio ambiente. 

No cabe duda, la calidad de lo que comemos y comimos y
de las experiencias que tuvimos -cuando chicos y
también mucho antes, desde cuando éramos Homo, pero
aún no éramos sapiens- afecta y afectó el desarrollo
de nuestro cerebro y de nuestra mente. Sin ese lento
proceso supeditado a una cantidad de factores externos
y al crecimiento introspectivo y reflexivo, nuestro
cerebro y nuestras capacidades mentales no hubieran
llegado a ser lo que son hoy, un sistema complejo y
exigente que no admite dudas respecto de su
dependencia de esos factores que contribuyeron a su
desarrollo. 

La riqueza de vocabulario permitió construir
sofisticadas estructuras de pensamiento y desplazar,
en alguna medida, el contacto físico que da el mutuo
"acicalamiento" ( grooming ), como medio de refuerzo
de las relaciones interpersonales. De no haber sido
así se hubiera limitado el tamaño posible de las
tribus humanas y estaríamos "acicalándonos" mutuamente
un 70% de nuestro tiempo útil. Ergo, logramos tener
más tiempo para contemplar y también para producir,
tanto chatarra como belleza y conocimiento. 

El camino ha sido largo y riesgoso. Y el producto, una
capacidad mental que depende, durante su desarrollo,
del juego delicado y frágil de múltiples factores, que
debemos proteger con políticas públicas adecuadas. 

Pero ese camino no termina aquí, con nosotros tal como
somos. Nada indica que las fuerzas de la naturaleza
hayan calmado sus músculos después de parir al Homo
sapiens. 

Hacia dónde vamos 

Por ahora, la inversión en semejante ganglio cefálico
generador de emociones y estrategias parece haber dado
sus frutos, si se mide por la capacidad del Homo
sapiens de explorar, invadir y adaptarse a territorios
de la más variada calidad y de generar conocimiento,
que es otra forma de explorar territorios. Sin
embargo, transitamos un camino ya anticipado en
demasiadas instancias históricas. Un camino que
profundiza, por un lado, la generación de poblaciones
humanas dominantes, con todas las ventajas del
conocimiento aplicadas a su desarrollo desde el
nacimiento -o antes- hasta, la ancianidad. Y que por
otro lado, profundiza también la generación de vastas
poblaciones marginadas, carentes durante el desarrollo
del acceso a ingredientes esenciales, tanto nutritivos
como culturales, o expuestas a condiciones de daño
cerebral originadas en la negligencia social. 

Estas condiciones comprometen severamente sus opciones
en la vida adulta, condenándolas a priori a roles
secundarios en la organización de la gran comunidad
humana. Algo que configura una verdadera inmoralidad
evolutiva, además de una inmoralidad social: generar
sistemas de castas entre miembros de una misma
especie. Prohijar amos y esclavos, o mano de obra
barata, de fácil reemplazo y con remotas perspectivas
de poder modificar su realidad personal. 

En las actuales condiciones, puede anticiparse que la
brecha abierta se irá ampliando, producto de un
círculo vicioso donde la dificultad de acceder a un
desarrollo óptimo o adecuado -neurobiológico,
cognitivo y afectivo- comprometerá cada vez más la
posibilidad de esos grupos humanos de acceder al
conocimiento y a su utilización productiva.
Conocimiento que, con el tiempo, se tornará a su vez
más sofisticado, con lo que se limitará
progresivamente la movilidad social y cultural. 

Si bien todo esto ha ocurrido con frecuencia en la
breve historia del hombre, y aunque hoy el proceso se
ha acelerado significativamente, también hoy se cuenta
con los recursos y mecanismos para modificar la
situación. Intentarlo o no es estrictamente una
decisión política. 

Basados en la plasticidad de los procesos cerebrales y
en la ciega -muchas veces insólita- inventiva de los
procesos naturales, nos podríamos preguntar si acaso
son éstas las condiciones potenciales para el ensayo
de nuevas variantes de Homo sapiens. Es cierto que
cualquier respuesta carecerá de certeza, pero cabría
una conjetura que considero atinada: no hay a la vista
razones suficientes para pensar que nosotros habremos
de ser el último eslabón en el proceso evolutivo de
los Hominídeos y de su dominante capacidad mental,
salvo que cometamos suicidio colectivo. 

El principio de variedad 

Puede ser que en algunos círculos de poder, en algunos
lugares del planeta, esta idea de una sociedad de
castas ya forme parte de una visión geopolítica de la
civilización futura. Una visión donde también
encontrarían su lugar naciones dominantes y
secundarias, o proveedoras a futuro de elementos tales
como agua potable, fuentes de energía no renovable o
biosfera para el recambio de dióxido de carbono. Para
una visión tal, el planeta -y también lo que haya aún
más allá de él- sólo representa un instrumento, un
medio para mantener y perfeccionar el poder económico,
político y militar. 

En todo modelo hegemónico -donde es muchas veces
difícil no vislumbrar una actitud mesiánica- hay un
fuerte componente egocéntrico, de unicidad. De
uniformidad. La variedad de pensamiento inquieta. 

Actualmente, esta visión basada en el macho dominante,
en el pensamiento único, en la estructura de poder,
constituye una amenaza para la creatividad y variedad
que significa el cerebro del Homo sapiens. Una visión
tal contradice de raíz su potencial evolutivo y
creativo, capaz de imaginar una obra de Kandinsky o
del Giotto, aún estando en medio de un arenal o de
nuestra querida y horizontal pampa húmeda. 

La variedad cultural es un legado de las múltiples
ondas migratorias que comenzaron tal vez con el Homo
erectus saliendo de Africa en distintas direcciones.
En esa variedad está nuestra riqueza y nuestra
capacidad de supervivencia. Para no frustrarlas es
necesario, es imprescindible, la provisión de
elementos y contextos óptimos desde edades tempranas
del desarrollo individual. 

El autor es investigador científico en el Conicet 


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