[Solar-general] ¿Una batalla entre creadores y usuarios?

Pablo Manuel Rizzo info en pablorizzo.com
Vie Feb 11 13:25:54 CET 2011


Mucho se oye hablar por estos días de propiedad intelectual, de la
española Ley Sinde, la francesa Ley Hadopi, del llamado Acuerdo
Comercial Anti-falsificación (conocido por ACTA), de las declaraciones
de funcionarios, artistas y empresarios, de las protestas de los
usuarios acerca de estas disposiciones, sin dudas más restrictivas que
las vigentes, en contra del intercambio de “contenidos”, léase música,
películas, software, libros, u otras obras “protegidas” por el
copyright. Pudiera parecer una batalla entre creadores y usuarios en
los que unos trabajan y crean y  otros quieren disponer de esos
resultados de forma gratuita. El dilema no es tan sencillo.

En su libro “Cultura libre: Cómo los grandes medios usan la tecnología
y las leyes para encerrar la cultura y controlar la creatividad” el
norteamericano Lawrence Leassig aporta algunos ejemplos que  nos
pueden ayudar a entender qué sucede en la actualidad. Según Leassig,
en  1933, después de valiosas investigaciones, a Edwin Howard
Armstrong se le otorgaron cuatro patentes por su invención más
significativa: la radio FM. Hasta entonces, la radio comercial había
sido de amplitud modulada (AM), y Armstrong descubre que podía
lograrse una transmisión del  sonido muy superior con mucho menos
consumo del transmisor y menos estática. Por aquel tiempo Armstrong
trabajaba para la RCA, que  dominaba el mercado de la radio AM y
estaba interesada en descubrir un medio para mejorarla. Pero el
invento no mejoraba la radio AM, sino que hacía  nacer algo distinto
que la superaba y amenazaba su poder, la FM. Sin dudarlo,  la compañía
lanzó una campaña para ahogar los resultados de la invención para lo
que se valió del  uso de  sus influencias en el gobierno. En 1936, las
patentes de Armstrong fueron declaradas  sin valor, la RCA se negó a
pagarle sus derechos, y se  interpusieron una serie de litigios.
Armstrong fue llevado a la quiebra y posteriormente al suicidio.

Otro ejemplo utilizado por Leassig, tiene que ver con el nacimiento de
la industria del cine de Hollywood. A principios del siglo XX, Thomas
Edison ostentaba en los Estados Unidos el monopolio como inventor del
cine y contaba con la Compañía de Patentes de Películas (MPPC, por sus
siglas en inglés), que era sumamente estricta en cuanto a los
controles que exigía. La MPPC fijó el mes de  enero de 1909 como fecha
límite para el cumplimiento de las licencias. Un mes más tarde,  todos
aquellos que se autotitulaban “independientes” protestaron contra el
monopolio y siguieron con su negocio sin someterse a las exigencias de
Edison. En el verano de ese mismo año, este movimiento se encontraba
en su punto álgido y el país experimentaba  una tremenda expansión en
el número de cines. Fue entonces cuando la MPPC creó una subsidiaria
conocida como Compañía General del Cine, que aplicó tácticas de
coacción, confiscó equipos ilegales, suspendió el suministro de
productos a los cines que mostraban películas sin licencia y
monopolizó de hecho la distribución estadounidense de películas. Hubo
una excepción: William Fox, que desafió al monopolio incluso después
de que su licencia fuera revocada.

“Se interrumpieron las filmaciones con el robo de la maquinaria, y con
frecuencia ocurrían ‘accidentes’ que resultaban en la pérdida de
negativos, equipo, edificios y a veces vidas”, según narra Leassig.
Esto condujo a que los independientes huyeran de la costa este hacia
California, lejos del alcance de Edison. Allí los cineastas podrían
“piratear” sus inventos sin miedo a la ley.

“Por supuesto, California creció rápidamente, y el cumplimiento
efectivo de las leyes finalmente se expandió hasta el oeste. Pero como
las patentes les concedían a sus dueños un monopolio verdaderamente
‘limitado’ (solo diecisiete años en aquella época), para cuando
aparecieron suficientes policías federales las patentes ya habían
expirado. Una nueva industria había nacido, en parte a partir de la
piratería de la propiedad creativa de Edison.”

Hoy no se trata del surgimiento de la FM, ni de la invención del cine.
Estamos en la era de Internet donde los cambios son mayores y más
profundos. Los medios tecnológicos nos permiten copias clónicas,
intercambios instantáneos, capacidades de almacenamiento nunca
soñadas, interconexión en tiempo real.  El ser humano tiene en sus
manos  la herramienta más poderosa que ha existido en la historia para
crear y difundir la cultura. Se ha dicho que es la hora del creador.

Rotos los esquemas tradicionales basados en un emisor único y millones
de receptores pasivos,  autor-espectador, autor-lector se confunden,
se mezclan, interactúan. Surgen un número cada vez mayor de creadores
que cuelgan sus videos, su música, sus textos, intercambian
experiencias creativas, trabajan colectivamente, se comunican con sus
seguidores a través de las nuevas tecnologías,  como instrumento de
inigualable valor para  crear y difundir su obra. La cultura, como ha
sido a lo largo de la historia de la humanidad  se copia, se recicla,
se actualiza.

Pero sucede que  al brindar este cúmulo infinito de posibilidades
estas herramientas tecnológicas  ponen en crisis, como en los casos
narrados por Leassig, el estado de cosas, o sea, los modelos de
distribución y  negociación  controlados por unas pocas empresas muy
poderosas. Estas empresas  poseen hoy en sus catálogos la mayor parte
de las  obras producidas desde inicios del siglo XX  y  se dedican a
explotarlas comercialmente a partir de un  modelo basado en el
ejercicio de derechos exclusivos sobre las mismas. Al prohibirse la
copia, el sistema crea una falsa “escasez” que le garantiza la
obtención de las ganancias deseadas.

¿Cómo puede reaccionar la gran industria  ante la pérdida de poder en
la esfera de la distribución global de creaciones? Al igual que la RCA
asfixió la invención de Armstrong y la Compañía General de Cine
persiguió implacablemente a los “independientes” , las grandes
corporaciones de la industria cultural y del entretenimiento arremete
contra los usuarios y trata de penalizar  el uso de todas las
potencialidades de  Internet (el invento mismo), creando barreras
legales y tecnológicas cada vez mayores que traten de impedir lo que
es un hecho ya incuestionable:  el surgimiento de una nueva era en que
creadores y “consumidores”  tienen  ante sí innumerables  opciones y
pueden plantearse prescindir de sus servicios.

¿Son los creadores  los afectados por esta crisis del sistema?

Es necesario, primero, hacer una distinción básica: aunque sus voces
sean las que alcanzan mayor resonancia mediática, los  creadores no
son solamente las pocas estrellas bien pagadas, publicitadas,
contratadas y representadas por las multinacionales y sociedades de
gestión. Ni siquiera lo son exclusivamente los que  pueden vivir hoy
de sus ingresos. Hay un inmenso número de creadores, la mayoría, de
los más diversos géneros, que encuentran en el  sistema actual su
mayor traba y que viven a la espera de una oportunidad que nunca llega
y sólo reciben migajas de los opresivos contratos que les propone la
industria como única alternativa.

En las campañas de los medios se nos hacen ver las contradicciones
actuales como consecuencia de una masa irresponsable de usuarios
usurpadores que quieren despojar a los creadores de lo que es suyo y
hacerlos vivir en la miseria. Cuando de la venta de un disco el autor
gana sólo un 7 u 8%  y el intérprete algo similar y lo demás es
distribuido entre empresas, editoras y sociedades de gestión, ¿quiénes
son los usurpadores y quienes los usurpados?, ¿quiénes,  cuando los
contratos de infinitas páginas apenas dejan derecho  al artista para
tomarse una foto  sin permiso de su disquera, o cuando un autor no
llega nunca a saber a ciencia cierta cuántos ejemplares de su libro
fueron vendidos? ¿Por qué cinco o seis empresas deciden qué se oye o
se ve en todo el mundo y condena a los demás creadores a no ser nunca
conocidos?

Estamos en presencia de una reconocida desigualdad en la relación de
fuerzas entre las grandes empresas de la industria del entretenimiento
y el poder de negociación de los artistas. Y una cosa son los músicos
famosos y otra el artista joven en busca de trabajo, donde las
condiciones contractuales con la industria se comportan de una manera
aún mas desequilibrada. Sin dudas, como se ha dicho, el creador se
pone del lado equivocado cuando se sitúa al lado de las corporaciones.

Diversos análisis  realizado  por investigadores y  por diferentes
universidades del mundo aportan nuevos elementos a la discusión. Se
sostiene que durante los primeros cinco años  del siglo XXI  las
ventas de discos han disminuido para el 25% de los artistas que más
vendían  pero han aumentado para el 75% restante.

¿Están en esta historia entonces, tal y como se nos quieren presentar,
de un lado los usuarios usurpadores y del otro los creadores
usurpados? Yo respondería: son los cineastas los mayores cinéfilos,
son los verdaderos músicos quienes acumulan las mayores y mejores
colecciones de música, los escritores los más voraces lectores, ya
sean las obras compradas, intercambiadas, regaladas, prestadas. Quien
se considere creador y no haya “quemado” una obra de otro autor que
tire la primera piedra. El creador es el primer y más ávido “usuario”
de la cultura. No son entonces dos partes tan distantes y de intereses
tan diferentes.

Los conflictos de hoy que llenan páginas y páginas de prensa plana e
Internet (Ley Sinde, Hadopi, ACTA, etc.) aunque parezcan nuevos, son
el resultado de la misma contradicción expresada en los ejemplos
inicialmente citados : la que se presenta entre el desarrollo
tecnológico (que en este caso acerca y democratiza los vínculos entre
creadores y consumidores de la cultura)  y las relaciones de propiedad
basadas en monopolios de explotación comercial y concentradas en manos
de las grandes corporaciones.

El lobby del copyright

Los únicos dos países que poseen un superávit en sus relaciones
comerciales en cuanto  a bienes protegidos con copyright son los EEUU
y el Reino Unido. Esto quiere decir que exportan mucho más
producciones culturales que las que importan. La participación de las
industrias del copyright en el PIB de estos países son superiores a
muchos otros renglones. Si a esto unimos el conocido papel de la
cultura como multiplicador de formas y estilos de vida, colonización
de mentes, difusor de los patrones de valores (entre ellos campañas
patrioteras, justificación de guerras injustas, etc.) no es extraño
poder entender dónde nace y cómo se entreteje el lobby del copyright.

Los hilos nacen  de la International Intellectual Property Alliance
(IIPA), asociación que agrupa a la industria estadounidense basada en
la propiedad intelectual, que representa nada menos que a 1 900
compañías que producen y distribuyen materiales protegidos por las
leyes del derechos de autor a lo largo del mundo, incluidos todos los
tipos de software (como los CD de videogame, CD-ROMs y los productos
multimedias) películas , programas de televisión y video-home, música,
archivos, CD, audiocassettes, libros de texto, publicaciones
profesionales y periódicos (electrónicos e impresos), entre otros
materiales. Su objetivo es claro: lograr que los intereses
estadounidenses “estén protegidos” en todas partes del mundo. Y
sabemos cuántos y cuán variados métodos acostumbran los EEUU a
utilizar cuando consideran afectados sus intereses.

La IIPA, tiene en su haber algunos logros: simplemente son los
responsables de la mayor parte de legislación en propiedad intelectual
del mundo. En EEUU son los padres de la Digital Millennium Copyright
Act, así como del cumplimiento, año tras año, de la denominada Ley
Omnibus de Comercio y Competitividad de 1988. Mediante esta ley el
Representante Comercial de EEUU se obliga a hacer un informe anual, el
Special 301 Report, o Informe 301, que analiza los países que niegan
protección “adecuada y eficaz” a los derechos de propiedad intelectual
o acceso “justo y equitativo” al mercado a personas que dependen de la
protección a la propiedad intelectual.

A través de estas llamadas  Priority Watch List y Watch List el
Representante Comercial advierte y orienta a los distintos países qué
deben hacer para “mejorar”, la protección  de los intereses económicos
estadounidenses. A cada país se le define su actuar y se le exige
desde   programas educativos hasta la aprobación de nuevas y más
severas leyes, con independencia de sus propias necesidades
educativas, culturales e incluso económicas. De no cumplirse tales
indicaciones, estos países pueden ser objeto de sanciones económicas.
Para decirlo de forma más sencilla, mediante este  procedimiento  la
industria basada en la propiedad intelectual define en qué países
necesita  que se modifiquen las leyes en esta materia y el Gobierno de
Estados Unidos  se encarga de que esto se cumpla.

Basta con echar un vistazo a los cables de Wikileaks dados a conocer
recientemente, donde se informa desde la Embajada de Madrid, todos los
pasos articulados por el gobierno de los EEUU para presionar al
gobierno español y lograr la aprobación de la llamada Ley Sinde,
impopular al disponer el cierre de sitios web  con enlaces a
contenidos protegidos por copyright sin decisión judicial previa.
Están circulando informaciones que revelan las presiones ejercidas por
EEUU sobre otros países tales como Francia, Suecia y otros para el
logro de legislaciones similares. Sin hablar de las realizadas a
naciones del Tercer Mundo.

En el plano internacional, IIPA está involucrada también en  la
aplicación de los Acuerdos TRIPS o ADPIC (Aspectos de Propiedad
Intelectual relacionados con el Comercio), en la imposición de
acápites de propiedad intelectual en los Acuerdos de Libre Comercio,
en  la fracasada ALCA  y es el motor impulsor del  Acuerdo
Anti-falsificación (ACTA), negociado de forma fraudulenta, a espaldas
de todos los interesados y que los EEUU están  intentando imponer  a
escala global por encima de intereses nacionales.

En todas estas normas  el enorme potencial de Internet  se ve limitado
por restricciones legales impuestas por los denominados derechos de
propiedad intelectual  en beneficio de los  denominados titulares  de
derechos (ya en muy pocas ocasiones, los autores)  y los Estados
adquieren obligaciones precisas en la protección de estos, aun en
detrimento de las posibilidades de acceso de sus ciudadanos a la
cultura.

Se imponen nuevos modelos

Pero lo peor de todo es que este sistema de restricción de derechos,
tal y como está establecido en la mayoría de los sistemas normativos
de los diferentes países  (supuestamente para beneficio de los
creadores), está diseñado de manera  que actúa de forma automática, o
sea, que cada vez que un creador termina su obra la somete
invariablemente  a limitaciones en su  circulación.

En la era de la Información en la que la atracción de la mirada de un
usuario es lo más deseado y perseguido dado el inmenso torrente de
todo tipo de contenidos que circulan en el ciberespacio ¿Es sensato
restringir la realización  de copias?   ¿Acaso no alcanzará un mayor
impacto aquel contenido que se encuentre visible y disponible en mayor
cantidad de sitios web? ¿Restringir no será el objetivo  de quienes
lucran con la  falsa escasés y quieren perpetuarla?

Es cada vez más conocido en nuestros días la proliferación de las
llamadas licencias Copyleft (en oposición al termino copyright) y las
licencias Creative Commons, cuya idea principal consiste en
posibilitar un modelo legal (ayudado por herramientas informáticas)
para  facilitar la distribución y el uso de contenidos.

Existen diferentes tipos de  licencias Creative Commons, por las
cuales el autor otorga diferentes libertades tales como la de  citar
su obra, reproducirla, crear obras derivadas, ofrecerla públicamente y
la posibilidad de mantener también, según desee,  diferentes
restricciones, como no permitir el uso comercial o no permitir su
transformación. Mediante el  uso de estas licencias  los creadores
(músicos, escritores, diseñadores, programadores, entre otros)
autorizan la utilización  de sus obras en términos más permisivos de
lo que la ley presupone, algo más a tono con las nuevas realidades.

Que la obra creativa se aleje del concepto obra-mercancía, valorado
solo por sus repercusiones económicas  implica un salto hacia
adelante. Compartir ficheros no desanima a los creadores, por el
contrario,  la circulación libre de muchas obras  ha supuesto una
mayor difusión y un aumento de beneficios a los creadores procedentes
de otras actividades, como las actuaciones en directo. Es
absolutamente  falso que cada descarga de un archivo musical equivalga
a una venta física no realizada.

Los autores, como todos, tienen el derecho de vivir de su trabajo y en
Internet tienen  mil fórmulas para ello, existentes y aún por
explorar. En la música, cada día aparecen nuevas iniciativas y se
multiplica el número de artistas, incluso ya de éxito, que abandonan
su compañía discográfica para controlar directamente la producción de
sus obras. También se exploran fórmulas de autoedición y otras vías de
difusión. Distribuir gratuitamente una obra no significa que los
autores no cobren por su trabajo. Al contrario, está probado que al
aumentar el número de seguidores, los ingresos por otras actividades
asociadas a sus creaciones también aumentan. Tampoco quiere decir que
estas prácticas no puedan coexistir con modelos de pago construidos
sobre bases más justas que beneficien a creadores y usuarios. Lo que a
nuestro juicio debemos tener claro es de qué lado están los intereses
de los creadores y de la cultura y donde los de una industria (a veces
presentada con maquillaje de desarrollo tecnológico)  que quiere
perpetuar modelos que solo a ella le benefician, y que cierra las
puertas a lo que ya es una irrealidad indetenible.

Desde Cuba estas realidades aún constituyen en muchos casos
referencias ajenas en tanto sabemos que nuestro acceso a Internet es
muy limitado. Producto del bloqueo nuestra conexión es lenta, de muy
poca capacidad y es un sueño por cumplir aún el que nuestros creadores
puedan participar de estas formas colaborativas o de intercambio. Por
otra parte, en nuestro país inciden, como siempre,  múltiples factores
que lo hacen diferente del resto de los países. No obstante es útil
reflexionar sobre estos  elementos a nuestro juicio necesarios a la
hora de entender las controversias actuales en torno a la cultura.
Nuestras políticas culturales actuales y futuras no pueden estar
ajenas a estas transformaciones.


Por Lillian Álvarez

http://www.cubadebate.cu/especiales/2011/02/10/batalla-entre-creadores-usuarios/

-- 
Pablo Manuel Rizzo
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