[Solar-general] Para discutir

Ariel Alegre ariel.alegre en clubdeprogramadores.com
Sab Mayo 29 17:01:15 CEST 2010


Mis amigos radicales de LA LINEA RECTA me acercan este articulo para analizarlo.
Lo leí y me parece muy bueno.
Creo que vale el analisis para intentar entender también lo que está
pasando acá.
Tratare esta tarde de hacerme un rato para enviar mis comentarios

abrazo
ariel
LA LINEA RECTA GANO


Kirchnerismo bolivariano del siglo XXI

Jorge Fernández Díaz
Para LA NACION

Néstor Kirchner fue originalmente un joven e intrascendente militante
estudiantil. Después pasó por la derecha peronista y desembocó en el
peronismo renovador. Fue en algunos tiempos menemista y en otros un
cavallista cabal: con el verdadero padre de la criatura hizo una
alianza política importante. Su relación con Domingo Cavallo siempre
fue buena, pública y estrecha. Ya en la Casa Rosada, se decía
desarrollista, al igual que Mauricio Macri y Elisa Carrió.

¿Se le puede adjudicar, por lo tanto, una ideología a Néstor Kirchner?
Hasta ahora yo creía que no, que su ideología era el poder. Sin
embargo, últimamente algunas evidencias van demostrando que el
desarrollo de la acción política con sus triunfos y derrotas, con la
generación de aliados y enemigos, va llenando de contenido cualquier
frasco vacío.

Por necesidad o coartada, Kirchner fue arropando sus actos de gobierno
con una determinada ideología, y aunque al principio fue más
oportunismo que convicción, con el correr del tiempo el contagio se
hizo inevitable. Un simulador al final se convierte en lo que simula.
Uno no sólo es lo que es sino muy principalmente lo que hace, y
también con quién recorre ese camino. Así como antes no le habían
interesado lo más mínimo las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o los
intelectuales progresistas, a quienes luego utilizó como escudos
humanos, con el paso de los años se fue impregnando de sus argumentos
y simpatizando con esas ideas primigenias que había sabido olvidar
para ser simplemente peronista.

La primera vez que tomé un café con un ministro de la mesa chica de
los Kirchner, ese funcionario que había estado toda la vida junto al
entonces presidente de la Nación y que hoy sigue junto a él con tanta
fe como el primer día hizo una caracterización muy precisa de sí
mismo. El era lo que siempre fue: un peronista clásico. "Pero Néstor
nunca fue monto ni filomonto, ni muy amante del peronismo -me dijo,
buscando desesperadamente una definición ideológica del jefe, la idea
original que había formateado su disco rígido-. Néstor era, era, a
ver..." Yo tuve un relámpago de clarividencia, entre tanto balbuceo, y
lo ayudé: "La izquierda nacional -dije-. El querido y brillante Jorge
Abelardo Ramos". El ministro chasqueó los dedos como si yo hubiera
encontrado una perla. "¡Exactamente eso! -me confirmó-. La izquierda
nacional."

Esta corriente política proviene del trotskismo, pero se reconvirtió
completamente en lo que después se denominó "socialismo criollo". Una
corriente que acompañó al peronismo, como una lancha sigue de cerca un
portaaviones, en un apoyo crítico, pero convencida de que el
movimiento de Juan Perón tenía el proletariado y que junto con él
había que formar un frente nacional antiimperialista, propender a la
unión latinoamericana y enfrentar a los cómplices locales (cipayos) de
la dependencia: éstos podían ser los conservadores, los radicales, los
comunistas e incluso otros socialistas que no acordaran con la visión
"nacional" de esa izquierda. El partido era pequeño, pero su
argumentación se volvió transversal en los 70 y sobrevivió a través de
las décadas como una cultura vasta y firme.

Antes de la irrupción de Ernesto Laclau, que legalizó la palabra
"populista", los nacionalistas de izquierda rechazaban ese término.
Ahora aceptan que el populismo es una praxis política que no respeta
ideologías: Bush, para el caso, era tan populista como Perón. Pero por
encima de toda esta disquisición lingüística y operativa lo cierto es
que los nacionalistas siguen defendiendo su particular identidad. La
cuestión central no es, entonces, disfrazar con más palabras lo que en
realidad se puede llamar por su nombre: Néstor Kirchner practica una
suerte de nacionalismo de izquierda, que Hugo Chávez denomina el
"socialismo del siglo XXI". Chávez es un nacionalista nato, y los
pequeños partidos de la izquierda nacional de la Argentina lo
reconocieron antes que nadie. O al menos en forma simultánea con las
fuerzas carapintadas, que también tenían ese halo de nacionalismo
militar, reivindicatorio de la Guerra de Malvinas y heredero de una
tradición que entronizó en el poder a los generales y coroneles de
1943.

El nacionalismo de izquierda, que excede, obviamente, a Ramos y que se
asoció al revisionismo histórico y a figuras como Arturo Jauretche y
Raúl Scalabrini Ortiz, se interna en una amplia tradición argentina
arraigada dentro de distintas fuerzas y concibe su empresa como una
lucha permanente entre un campo popular y la partidocracia. De hecho,
divide toda la historia en dos: desde 1810 hasta la fecha la gran puja
argentina ha sido entre nacionalistas y liberales. Así piensa,
concretamente, el ministro de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, que
fue un fervoroso acólito de Ramos y que hoy explica bien lo que Carta
Abierta explica mal. También Laclau, que antes de ser el pensador de
cabecera de los Kirchner fue un entusiasta militante de Abelardo
Ramos.

Esa división entre nacionalistas y liberales nada tiene que ver con
otras divisiones perimidas, como peronistas y radicales o izquierdas y
derechas. De hecho, en el nacionalismo hay peronistas, radicales,
izquierdistas y derechistas. También los hay en el campo antagónico.
La izquierda, sin ir más lejos, se divide muy claramente en tres
segmentos: la propiamente dicha hasta el Partido Obrero, la
kirchnerista en sus múltiples expresiones y esa fuerza fantasmal e
inarticulada que forman socialistas santafecinos, alfonsinistas,
peronistas de los años 80 e intelectuales inorgánicos:
socialdemócratas. Entre estas dos últimas tendencias hay franjas de
indefinición, como las hay en aquellas millas náuticas donde se
mezclan el Río de la Plata y el océano Atlántico. Más adelante, sin
embargo, es muy claro que uno es marrón intenso y el otro es azul.

Ultimamente he escuchado de varios militantes kirchneristas este
concepto: "Néstor Kirchner es sólo el instrumento del campo popular.
Está lleno de defectos, pero eso no viene al caso. Es la gran ola de
la historia la que pasa y no se detiene en los detalles. Néstor viene
a dar esta lucha de siempre por la liberación y contra la
dependencia".

Esa divisoria de aguas termina con amistades y buenas vecindades del
pasado, y esta concepción movimientística e histórica hace pensar en
una idea vieja y contradictoria: la revolución en democracia.
Entiéndase por democracia, en esta visión nacionalista, sólo el
derecho a votar y el mantenimiento a regañadientes de ciertas
instituciones. Una "revolución nacional" no se detiene en cuestión de
formas republicanas, ni en formalidades judiciales o de libertad de
expresión. Es por eso que el kirchnerismo se permite a sí mismo violar
muchas normas democráticas que considera frenos para una causa mayor.
Y es también por todo eso que el problema de la corrupción se hace
menor frente a lo que hay en juego: la construcción de "un verdadero
país independiente".

Estamos hablando, como se verá, de un sistema de pensamiento
revolucionario, que lleva el traje democrático con incomodidad. Al fin
y al cabo, la democracia es un sistema opuesto, producto de las
grandes corrientes liberales. Ese último término (liberal), que ha
sido desprestigiado hasta el cansancio por políticas ineficaces y
corruptas, complicidad con dictaduras y finalmente con el fracaso del
Consenso de Washington, poco tiene que ver con el liberalismo como
filosofía política surgido de la Revolución Francesa y de las luces.
España, después de nacionalismos de derecha y de republicanos en
guerra y de miles de muertos, logró construir un sistema liberal donde
la izquierda (el PSOE) y la derecha (el PP) son capaces de gobernar
alternativamente sin destruir la democracia.

La socialdemocracia europea y también mucha de la latinoamericana
(Chile, Uruguay, Brasil) ha logrado desde esa posición el progreso y
la libertad. El chavismo las ve como expresiones de la derecha
(serían, a lo sumo, la izquierda liberal y reformista) frente al gran
movimiento bolivariano, en el que incluye a Evo Morales, Rafael Correa
y el matrimonio Kirchner. Unos son socialdemócratas y otros son
nacionalistas. Los dos expresan la oposición al Consenso de
Washington, pero con estilos diferentes. Unos profundizan la
democracia, otros viven en estado de revolución.

No estamos hablando, claro está, de una verdadera revolución en los
términos absolutos y clásicos, sino de un proceso político que se
autopercibe como revolucionario y que ha logrado instalar esa idea en
el imaginario de crecientes segmentos de la grey universitaria.

Revolución y democracia son dos palabras que en nuestro país tienen
buena prensa. Pero me temo que no se puede servir a dos banderas a la
vez y que al final siempre se vuelven incompatibles. Los argentinos
tarde o temprano van a tener que elegir entre una y otra palabra.
Porque la crisis de 2001 era más profunda de lo que creíamos. Ya no
existen peronistas y antiperonistas, ni peronistas versus radicales,
ni izquierdas contra derechas. Hoy está instalada en nuestro país una
discusión simbólica y asordinada entre revolución y democracia. Así de
simple, y así de complejo.

Es notorio cómo el proyecto kirchnerista fue variando. En un comienzo,
se veía a sí mismo como un partido reformista de centroizquierda que
soportaba la hipotética alternancia de uno de centroderecha. Pero con
los años y las batallas, y la desesperación por no perder el poder,
los kirchneristas comenzaron a hablar del peligro de una "restauración
conservadora". Ese término implica de por sí la imposibilidad de una
alternancia pacífica, puesto que si la gran amenaza es una
"restauración" lo que se impone es una "resistencia patriótica contra
el entreguismo" a todo o nada. Se trata de un dramatismo
revolucionario alejado de cualquier atisbo de consenso, y que como
toda epopeya prendió rápidamente en nuevas generaciones politizadas de
la pequeña burguesía. Esos jóvenes son más kirchneristas que Kirchner,
a quien consideran un simple piloto del gran buque nacional. Y están
seguros de que esta "revolución" necesita profundizarse día a día y
sostenerse en el tiempo. Un tercer, cuarto y hasta quinto mandato de
los Kirchner les suena, obviamente, no sólo lógico y aceptable, sino
imprescindible para garantizar esta "revolución inconclusa". "No hay
vuelta atrás", dictaminaron hace unos días los intelectuales
kirchneristas, quemando las naves.

La situación se vuelve inquietante si se piensa que a una "revolución"
no la puede seguir un partido, sino la refundación épica del mismísimo
sistema democrático, hundido hace nueve años por una implosión de la
economía. Un verdadero líder de la oposición que quisiera tener alguna
chance frente a semejante mística debería quizá pensar menos en
cuestiones programáticas coyunturales y en divergencias ideológicas
dentro del espectro político (cualquier partido tiene ala derecha e
izquierda) y pensar más en propalar el regreso de los argentinos a una
democracia plena después de años de democracia manca y condicionada
vivida bajo emoción violenta. Y garantizarle, de paso, a la sociedad
electoral que no echará abajo, una vez más, a pico y pala los logros
de la actual administración, que los tiene y son muchos.

Ese gesto democrático, si fuera exitoso en las urnas, reencauzaría al
mismísimo nacionalismo, que tal vez sería obligado así a jugar de
nuevo el juego bipartidista, los acuerdos de políticas de Estado y una
vida cívica con menos divisiones, ataques, represalias económicas,
golpes de mano, violaciones institucionales y lenguaje bélico.



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