[Solar-general] El problema de las redes sociales y la privacidad

Pablo Manuel Rizzo info en pablorizzo.com
Jue Jul 29 08:33:21 CEST 2010


>> La base de la Viralidad son las notificaciones, y la característica "chusma"
>> del Ser Humano. De ahi que la "privacidad" del CaraLibro va en contra de su
>> éxito...
>
> Si, así es.


Esto es de GNU Social.

"Why are we making GNU social? well, like many of us, we've used
several different social sites over the years. From orkut, to
friendster, to myspace and now facebook. Yet, when a new site appears,
and everyone flocks to use it, your contacts are left behind, as well
as a significant amount of your private and personal information.
Social networks should be evolving, they should allow you to control
what you put into them, and you should be able to keep control of your
own data..."
http://www.gnu.org/software/social/faq.html

Creo que es erróneo. Me parece que por ahora lo único que justifica la
existencia de GNU Social es lo que sigue despues de eso, porque es lo
que permite tener control sobre el medio de comunicación:

"..., including running the same software that GNU social uses, on
your own website."


Este artículo coincide con lo que vengo diciendo del asunto hace
tiempo, que no es un problema de privacidad el de las redes sociales,
sino de educación, conocimiento y control de los nuevos medios de
comunicación.


________________________

Perder la privacidad es volver a la prehistoria

La privacidad parece ser una víctima natural de los tiempos modernos.
Nos han ido convenciendo de eso. Se compra uno la webcam, saca una
cuenta de correo electrónico, busca algo en Google y, ¡zas!, ya
embargó parte de su anonimato. Súmele las redes sociales, la
geolocalización y las fotos satelitales, y la privacidad
necesariamente va a desaparecer.

Es más, nos aseguran que "las nuevas generaciones ya no tienen el
mismo concepto de privacidad", sugiriendo con esto que el nuevo
concepto es más una renuncia que un aggiornamiento. Así, de a poco,
sin darnos cuenta, hemos terminado asociando la privacidad con algo
del pasado, como los teléfonos de baquelita y la leche en botella de
vidrio. Vamos, ¿cuántos súbitos gurús expulsan a diario la supuesta
verdad de que la privacidad es una pieza de museo, un callejón sin
salida evolutivo de la civilización? He perdido la cuenta.

No defenderé hoy la privacidad como derecho civil. Ya lo hice en esta
columna antes ( www.lanacion.com.ar/1005587 ). Más bien tengo la
intención de dejar claro que la privacidad no es algo del pasado. Por
el contrario, es algo muy nuevo, que recién empezamos a comprender y
disfrutar. Es algo para el futuro.

Sin embargo, el futuro es líquido. Así que la posibilidad de desviar
la civilización hacia una distopía al peor estilo Gattaca no queda
automáticamente descartada. Como me dijo al respecto Robert Boorstin,
director de políticas públicas de Google, hace poco: "No creo que la
tecnología por sí sola garantice nada".

Es muy cierto. Por eso es necesario hablar de estos temas hoy, antes
de que pasemos del augurio al decreto y se declare erradicado el
derecho constitucional a la privacidad. O, lo que sería todavía peor,
que renunciemos a ella.

La privacidad es algo muy reciente; tanto, que durante la mayor parte
de nuestra historia no tuvimos nada ni remotamente parecido; tanto,
que en algunos idiomas ni siquiera existe la palabra privacidad .

La noche antes de la humanidad

Nuestra especie arrancó su breve y accidentada biografía mucho antes
de Giza y Babilonia, mucho antes de que nos atreviéramos a recorrer el
Puente de Beringia y llegar a la vasta América. Fueron decenas de
miles de años de inconmensurable frugalidad. Nos faltaba, de forma
regular, el alimento, el agua potable y el refugio adecuado. Ni hablar
de un cuarto de baño para las visitas.

Vivíamos hacinados, más por necesidad que por dichoso espíritu
gregario: no resultaba demasiado sagaz apartarse un rato largo del
grupo, a menos que tuviéramos la firme intención de que algo nos
comiera. En cuyo caso nuestros genes no se perpetuarían, por lo que
querer estar con los demás es un rasgo extremadamente poderoso en los
seres humanos. Todavía hoy es difícil concebir un castigo peor que el
aislamiento absoluto. Hasta para quienes están presos y han perdido el
tesoro de la libertad el aislamiento es un escarmiento temible.

Sí, en aquel mundo ido todos sabíamos todo de todos. Posiblemente,
además, no había mucho que saber. ¿Por qué?

Porque durante un tiempo que equivale a por lo menos cinco veces la
historia escrita, la conciencia individual permaneció demasiado
torturada por los exámenes de la supervivencia para darse el lujo de
pensar mucho en otras cosas. Todavía no habían nacido ni la ideología
ni el anonimato. La privacidad de nuestra conciencia permaneció casi
sin estrenar y el yo estuvo en duermevela por varios cientos de
siglos.

A solas consigo

Los primeros avances en la privacidad llegan con la agricultura y la
sociedad urbana. Como ocurriría más tarde con la escritura, sin
embargo, la privacidad no era para todos, sino para los más poderosos.

El resto de nosotros seguía sujeto a los caprichos del clima, los
desastres naturales, las pestes, hambrunas, guerras, los alimentos en
mal estado y trabajos tan atroces que hoy resultan difíciles de
imaginar, excepto que miremos -solemos no mirar- las regiones más
castigadas de nuestro planeta.

El habitar más o menos amontonados siguió siendo tan común como la
idea de que nuestra conciencia y todos nuestros actos le pertenecían
siempre a alguna instancia superior.

Debieron pasar todavía milenios para que cambiara ese estado de cosas.
Incluso entre los avanzados atenienses los dones de la democracia y el
debate de ideas estaban reservados a unos diez mil ciudadanos de
nacimiento. Por debajo sobrevivían un millón de esclavos despojados de
todos sus derechos. Se entiende que la privacidad no estaba entre sus
principales preocupaciones.

Roma avanzó un poco más en el confort y lo hizo llegar a más gente,
pero sólo para aprovechar políticamente la dádiva. El bochornoso Panem
et circenses fue uno de los muchos baldones del imperio. El más
colosal todavía se yergue imponente y aterrador en el centro de la
ciudad de los siete montes.

La privacidad siguió siendo una fruta exótica que sólo probaban los
privilegiados, como la lectura, el conocimiento y el debate. En
semejante contexto, ¿de qué habría servido el derecho a proteger los
actos privados, si las conciencias se manipulaban casi sin oposición?

La revolución mental

En rigor, la privacidad como derecho civil de todos los ciudadanos es
obra de un conjunto de tendencias que se dispararon a finales de la
Edad Media: el Renacimiento y su antropocentrismo, la imprenta de
Gutenberg y, en una época muy parecida a la que vivimos hoy, la
imparable multiplicación de fenómenos inéditos: el método científico,
el pensamiento libre e individual y una democracia cada vez más
representativa. Una democracia, sin embargo, que no concedería a la
mujer el derecho de votar hasta bien entrado el siglo XX. Sí, siglo
XX.

Es que el mundo era -y sigue siendo- un lugar de vergonzosas
injusticias, de crímenes incalificables, de discriminación y tragedia,
pero aun así, en comparación con los siglos anteriores, el cambio que
se produjo al liberarse el flujo de la información fue abismal. Tan
pronto el tímido riego del conocimiento acarició esas tierras
desertificadas, una de las primeras hierbas buenas que germinó fue la
privacidad.

Que todos fuéramos capaces de pensar como individuos fue la gran
revolución mental que vino a continuación. Hasta entonces leer,
escribir y pensar había sido tan absurdo como hasta finales del siglo
XX lo era que cada persona tuviera una computadora en su casa. O que
pudiera publicar sus ideas en una red global.

Por definición, toda revolución parece una herejía justo antes de
dispararse, parafraseando a Thomas Huxley.

Las tecnologías que nacieron de las ciencias nos permitieron expandir
nuestro espacio privado. Las viviendas podían fabricarse más rápido y
a menor costo. Las medicinas empezaron a dar mejor resultado que las
sanguijuelas, los sortilegios y las pócimas de mágica promesa, pero
dudosa factura.

El mundo que conocemos hoy en buena parte de Occidente, donde es
normal que los matrimonios duermen a solas en su propio cuarto, donde
nos parece aceptable, incluso loable tener una opinión sobre algo (lo
que sea), donde existe la propiedad privada , donde gran parte de la
sociedad es consciente de que rige algo llamado ley (o de que no rige
en absoluto), este mundo en el que, en general, podemos elegir qué
queremos y cuándo lo queremos, donde se considera delito que oigan
nuestras conversaciones telefónicas sin autorización de un juez, este
mundo no tiene mucho más de 200 años. De la Revolución Francesa para
acá, para redondear.

Como dije, y como es por otra parte obvio, aquella colosal revolución
mental no fue uniforme en todo el planeta. Persisten atroces focos de
feudalismo. La diferencia es que ahora somos conscientes de esto.
Cuando hablamos de progreso no nos referimos a autos más rápidos, sino
a que los derechos civiles fundamentales lleguen un día a todos los
seres humanos. Sé que el camino que queda por transitar es muy largo,
pero tal vez lo es menos que el que ya recorrimos.

Tan moderno es el concepto del espacio privado, personal y familiar
que no todas las constituciones incluyeron este derecho fundamental en
sus textos. La argentina es una honrosa excepción, por la fecha de su
primera versión. La estadounidense debió incluir esta garantía en la
Cuarta Enmienda (1789).

Eramos tan jóvenes

El razonamiento de que "los más jóvenes no tienen interés en la
privacidad" porque suben sus fotos sin escrúpulo a Facebook es tan
lábil como malintencionado.

En primer lugar, los chicos (y no pocos adultos) hacen esto
precisamente porque quieren compartir parte de su privacidad. No se
puede compartir algo que no se tiene, así que el razonamiento antes
mencionado naufraga sin remedio. Es justamente porque los chicos son
conscientes de la privacidad que suben fotos personales. Es más, la
tienen exacerbada, porque están transitando de la niñez, donde casi no
se nos reconoce este derecho, a la adultez, donde se vuelve
fundamental.

En segundo lugar ( reductio ad absurdum ), supongamos que los jóvenes
han perdido el sentido de la privacidad, ¿desde cuándo la civilización
consulta las costumbres de los menores de edad para decidir sobre los
derechos civiles y el porvenir de la sociedad?

En tercer lugar, por favor, suspendamos esta moda de sacar
conclusiones apresuradas sobre los adolescentes. Tengo la impresión
(porque lo viví, sólo que hace 35 años) de que son mucho más puros,
responsables y valiosos de lo que se dice. Si no es así, tenemos
problemas bastante más graves que la privacidad, el calentamiento
global y el partido de mañana contra Alemania.

En todo caso, la seguidilla de tropiezos lógicos que acabo de revelar
no es casual. Busca que volvamos a ser adolescentes despreocupados,
nos olvidemos de esta tontería antediluviana de la privacidad y
soltemos uno de los trofeos que más tiempo nos ha costado conquistar:
la protección de nuestros datos más íntimos, el espacio propio y de la
familia, nuestro anonimato. ¿Para vendernos algo? Oh, no. Eso no sería
tan malo. Después de todo, en la panadería del barrio saben desde hace
42 años que no me gusta el pan demasiado cocido.

El motivo es otro. Hoy tenemos más herramientas técnicas que en
ninguna otra época para proteger la privacidad. Sí, claro, las
tecnologías digitales invaden ese espacio por innumerables frentes.
Pero como ocurre en general con los derechos, solemos ceder un poco a
cambio de alguna otra ventaja que consideramos de valor. Londres está
repleta de cámaras de seguridad, pero los ciudadanos ceden parte de su
anonimato a cambio de sentirse más seguros. La tarjeta de crédito, la
telefónica, el proveedor de Internet y Google saben muchas cosas de
nosotros, pero en todos los casos nos llevamos algo a cambio. Además,
su nivel de control es ínfimo comparado con el dominio que
obscenamente ostentaron reyes, tiranos, emperadores y señores
feudales.

Centrar el conflicto de la privacidad en la zona comercial es
peligroso; desvía la mirada del verdadero problema. ¿Cuál? Que la
privacidad es un triunfo de la libertad frente a los poderes
omnímodos. Es una de las fibras que tejen un mundo mejor para nuestros
hijos y nietos.

La tecnología nos ha ayudado una y otra vez en esta conquista, y en
gran medida es responsable de que disfrutemos de algunos derechos que
durante gran parte de la historia humana ni siquiera se imaginaron.

Es verdad que los autócratas han intentado aprovechar los mismos
avances para controlar qué hacemos y qué pensamos, pero siempre
terminan a la zaga. Sus propias manías de control los vuelven lentos,
torpes, burocráticos dinosaurios en un mundo que cambia con las horas.

La única forma de volver a los buenos viejos tiempos de la Edad Media
es que renunciemos graciosamente a este derecho civil que ha tallado
algunas de las mejores obras de la civilización.

No creo que eso vaya a ocurrir. Pero depende de nosotros.
________________________
Por Ariel Torres
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1280585


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Pablo Manuel Rizzo
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