[Solar-general] Poderes
Pablo Manuel Rizzo
info en pablorizzo.com
Mie Jul 7 13:41:08 CEST 2010
Poderes
Por Noé Jitrik
Tres veces estuvo Platón en Siracusa, reino de Sicilia. La primera invitado
por el tirano Dionisio, llamado “el Viejoâ€, las otras dos por su hijo,
Dionisio “el Jovenâ€. Su prestigio habÃa trascendido Atenas y, por ese
motivo, queriendo sacar provecho de sus enseñanzas, ambos reyes lo quisieron
junto a ellos, ansiosos de extraer el jugo de su saber para mejor gobernar a
sus dÃscolos y desdichados pueblos. Acaso ignorante de lo que eran, acaso
halagado en su vanidad, acaso disconforme con sus paisanos, Platón, pese a
su capacidad de juicio, aceptó las respectivas invitaciones con pésimos
resultados. Como de pronto se le ocurrió hablar mal de la tiranÃa, el primer
Dionisio lo apresó y lo puso en venta como esclavo; a duras penas salió del
aprieto y lo sorprendente es que se prestó dos veces más, estimulado por la
posibilidad de proveer de ideas a su admirador, ya no el viejo sino el
joven. Por fin regresó, desengañado sin duda de su poder de convencimiento,
fundó en Atenas la famosa Academia y es como si se hubiera dicho “filósofo a
tu filosofÃa, el poder es ingrato y cruel y creer que se le pueden infundir
ideas sabias, de bien, es una pura ilusiónâ€.
Creo que éste es uno de los primeros episodios de las tortuosas relaciones
entre intelectuales y poder, aunque quizás haya habido otros antes –por
supuesto hubo muchos después–, y del fracaso de lo que modernamente se
conoce como “entrismoâ€, esa teorÃa, o más bien pretensión teórica, según la
cual el intelectual le sopla en el oÃdo al polÃtico, mandatario o candidato,
con el benéfico fin de hacerle tomar las mejores decisiones, o sea esas que
él cree que son las mejores según su sabidurÃa y experiencia y a las cuales
el polÃtico no se ha ni siquiera asomado. El triste final de esa creencia es
previsible, el mandatario se aburre del zumbido y manda al diablo al que
estaba convencido de que le hacÃan caso porque era un intelectual.
Y si bien a Platón le fue mal, peor la pasó Séneca. Según recuerda José
Ferrater Mora en su Diccionario de FilosofÃa, poseedor de un sólido sistema
de pensamiento, de alcance sobre todo moral, fue convocado como maestro del
joven e impetuoso CalÃgula y luego de Nerón: debe haber pensado que sus
ideas ordenarÃan la vida disoluta del Imperio, pero Nerón no opinaba lo
mismo y le ordenó que se suicidara, orden que cumplió, estoico como era.
Otro fracaso de la ilusión intelectual: o bien Séneca no sabÃa lo que habÃa
pasado con Platón, o supuso que a él no le ocurrirÃa lo mismo, o descansó en
la vieja y siempre renovada fantasÃa de que quien piensa o tiene ideas es
tan obviamente superior al hombre del poder que éste no tendrÃa más remedio
que, deslumbrado, ceder a su influjo y portarse bien. Y si asà le fue a
Platón, ¿les irá mejor a quienes ahora, renunciando a lo que saben y pueden
hacer, se dejan arrastrar por esa remota ilusión?
Maquiavelo fue más astuto y por eso tuvo más suerte: no intentó dirigir al
“PrÃncipeâ€, sino que lo observó y sacó de ello conclusiones que orientaron a
otros prÃncipes, contemporáneos y sucesivos, sin ponerlos incómodos, o sea
sin pretender dirigirlos. Su idea acerca de que en la naturaleza hay “jefesâ€
y “subordinados†no podÃa sino acarrearle el aplauso de los jefes: los
subordinados no tenÃan mayor opinión.
Un contraejemplo interesante es el de Spinoza: supo permanecer en su rincón
filosofando y puliendo cristales, aunque ciertos poderosos habrÃan querido
tenerlo a su lado para, según la tradición, usarlo y luego venderlo como
esclavo, o bien guardarlo de por vida en una mazmorra, o bien arrojarlo lisa
y llanamente al basurero. O terminar por hacerle algún homenaje, después de
muerto sin duda, como para mostrar que el poder respeta al intelectual. Y
ponerle su nombre a una calle.
También le pasó a Voltaire: se le debe haber escapado una broma y Federico
de Prusia lo mandó de regreso a su casa, casi sin agradecerle los buenos
momentos que habÃan pasado juntos y que le habÃan hecho creer al filósofo
que sus luces iluminaban al no tan tosco monarca. Y asà siguiendo, la lista
es interminable de grandes nombres, cuanto no lo será de pequeños y
olvidados que tal vez sirvieron un poco alguna vez, pero creyendo que eran
el cerebro de esas manos que construÃan o destruÃan, según la fuerza o la
arbitrariedad o, más claramente aún, el juego de fuerzas que les habÃan
permitido hacerse del poder. Si mal no recuerdo, para componer su vibrante
Petróleo y polÃtica, el entonces dinámico Arturo Frondizi recurrió a algunos
sólidos pensadores de izquierda que pusieron todo lo que sabÃan y querÃan y
ya se ve lo que pasó en la práctica con lo que el libro, lleno de ideas,
preconizaba.
En un plano de mera astucia, aunque no tan alejado de las mencionadas
ilusiones de intelectuales, se registran infortunados episodios de esa
penosa situación en el curso del atormentado siglo XX. Heidegger –nos cuenta
su biógrafo Rüdiger Safranski– creyó que podÃa proporcionar coherencia y
rigor al incipiente nacionalsocialismo: no advirtió que a la teorÃa nazi le
bastaban tres o cuatro rudimentarias ideas para progresar y que no
necesitaba de complicaciones posfenomenológicas y metafÃsicas; en todo caso
Hitler dejó de lado el “ser†y se quedó con la “nadaâ€, ya se sabe lo que
fue. Entró en el partido, se disfrazó para congraciarse con los SS y, por
fin, vencido por la sofocante histeria hitleriana, se recluyó en un rincón
de la Selva Negra para salvar el pellejo, no se sabe si salvó el alma. Cosa
parecida ocurrió, aunque más calladamente, con José Ortega y Gasset, quien,
según su biógrafo Gregorio Morán, quiso ser el pensador del franquismo con
tan poca suerte que al primitivo Franco, que habÃa hecho todo para
exterminar a los rojos, desdeñó la brillante teorÃa de la “razón vitalâ€, que
habÃa hecho famosa el filósofo y se quedó con las groseras consignas de
Primo de Rivera, más útiles para hacer lo suyo.
¿Y qué decir de los polÃticos-intelectuales? Muchos casos se han visto de
personas formadas en las izquierdas más radicales que, hartos de pensar y
analizar y tener siempre razón sin por ello lograr la adhesión de las clases
a las que han intentado interpretar y favorecer, se pasan al enemigo –cosa
que los intelectuales de derecha no tienen por qué hacer porque ellos mismos
son el enemigo– con la idea de infundirle ideas, convencerlo acerca de lo
que debe hacer para hacer mejor lo que se propone y que vendrÃa a ser no lo
que el enemigo quiere sino lo que ellos quieren, en suma transformarlo desde
adentro, un adentro que si algo sabe hacer es poner en movimiento su sistema
inmunológico. Un camino se les abre a los entristas: asimilarse al cuerpo
polÃtico al que quisieron cambiar y desaparecer como entristas o, cansados
otra vez de un Ãmprobo e inútil esfuerzo, regresar a un redil que ya no los
acepta porque todo ha cambiado y esa teorÃa vuelve a mostrar su debilidad o
su exceso de confianza en las propias habilidades para reconducir un
movimiento polÃtico cuyo sentido o cuya singularidad nace en otras cunas.
Hay muchos ejemplos: invocarlo serÃa sólo a los efectos de ilustrar este
razonamiento de modo que prescindo. Sólo recupero una imagen, lejana en el
tiempo pero viva en su estridencia: la del intelectual imaginado por Elia
Kazan en ¡Viva Zapata!; sombrÃo y razonador, el personaje, que sigue al
iluminado caudillo a sol y sombra, le sopla al oÃdo lo que debe hacer aunque
contrarÃe, muchas veces, lo que dictan el instinto y la naturaleza.
Simplificación, sin duda, de una relación histórica, en la que hay ecos de
la presencia de John Reed junto a Pancho Villa y a las ilusiones que él y
otros intelectuales norteamericanos se hicieron cuando el caudillo hacÃa, a
su vez, historia. Todo eso es lejano pero ilustrativo y excepcional, pero
más frecuente es lo que ocurrió muchÃsimas veces con gente formada en las
diversas izquierdas, y que todo le debÃa a ellas, que “entra†en el
socialismo centrista y reformista (el libro de Isidoro Gilbert, La FEDE,
presenta una lista bastante impresionante de personas bien instaladas en las
estructuras del sistema que pasaron por la organización de la juventud
comunista), o con ex guerrilleros que “entran†en los populismos seguramente
con la sana intención de incidir, basados en sus valiosas experiencias,
tanto en el lenguaje como en la lÃnea o, incluso, se hacen funcionarios,
elegidos o designados, poco importa, pero siempre razonadores, porque
siempre razonaron, acerca del sentido de la historia al que ellos se habÃan
acercado a veces con riesgo de la vida, aunque dicho sentido esté instalado,
por el momento desde luego, en las residencias del poder o del privilegio.
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Pablo Manuel Rizzo
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