[Solar-general] no todos los judios comparten lo que pasa

Diego Saravia dsa en unsa.edu.ar
Mar Ene 13 19:50:38 CET 2009


Plomo fundido" sobre la conciencia judía

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León Rozitchner

"Si nosotros nos revelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y
acuerdos con los árabes, entonces no habremos aprendido estrictamente
nada durante nuestros dos mil años de sufrimientos y mereceremos todo
lo que llegue a sucedernos."Albert Einstein, carta a Weismann, 1929.

¿Recuerdan cuando hace dos mil años los judíos palestinos, nuestros
antepasados en Massada sitiada, enfrentaron las legiones del Imperio
romano y se suicidaron en masa para no rendirse? ¿Recuerdan la
rebelión popular y nacional de nuestros macabeos contra la invasión
romana, cuando murieron decenas de miles de judíos y se acabó la
resistencia judía en Palestina y nos dispersamos otra vez por el
mundo? ¿No piensan que esa misma dignidad extrema que nuestros
antepasados tuvieron, de la que quizá ya no seamos dignos, es la que
lleva a la resistencia de los palestinos que ocupan en el presente el
lugar que antes, hace casi dos mil años, ocupamos nosotros como
judíos? ¿No se inscribe en cambio esta masacre cometida por el Estado
de Israel en la estela de la "solución final" occidental y cristiana
de la cuestión judía? ¿Han perdido la memoria los judíos israelíes?
No: sucede que se han convertido en neoliberales y se han
cristianizado como sus perseguidores europeos, que, luego de
exterminarlos, empujaron a los que quedaron vivos para que se fueran a
vivir a Palestina con el terror del exterminio a cuestas.

El meollo de la actual tragedia está en la Shoá. Si la memoria de su
pasado define el sentido histórico que marcó el "destino" del pueblo
judío, donde se van hilando las cuentas de nuestro derrotero, y si el
acto final en el que culmina ese destino convoca a los judíos
israelíes a aniquilar la resistencia de otros pueblos inocentes, algo
del sentido histórico ha desaparecido de la memoria de los israelíes.
¿Puede ser invocada la Shoá sin ser infieles a los desaparecidos,
cuando al mismo tiempo el sentido completo de ese acontecimiento
monstruoso ha quedado oscurecido? ¿Cómo podríamos "hacer memoria" si
la construimos con los únicos recuerdos de nuestro pasado que los
culpables europeos del genocidio nos autorizan? Es cierto: si los
israelíes recuerdan todo, pierden a sus aliados. Porque la memoria de
la Shoá que llevó al retorno a una tierra perdida hace mucho tiempo
tendría que volver a ser pensada.

Lo primero a recordar: nuestros perseguidores históricos no fueron ni
son los palestinos. Nuestros perseguidores estaban y siguen estando en
las naciones de cultura europea que nos expulsaron y masacraron, y sin
embargo son ellos los que siguen marcando el destino de todos
nosotros, sobre todo de los judíos israelíes. ¿Será por eso que se
busca olvidar a los verdaderos culpables de la Shoá? Los israelíes ya
no se preguntan por el pasado bimilenario judío. Nunca los judíos,
salvo excepciones, acusan del exterminio judío a la religión cristiana
y a la economía capitalista que produjeron necesariamente la Shoá,
como la conclusión de un silogismo que se venía desarrollando en
Europa cristiana desde su mismo origen, como si el nazismo hubiera
sido sólo un accidente sin antecedente en la historia europea y todo
comenzara con Hitler. ¿No será que luego de la Shoá ustedes, los
descendientes de los judíos europeos asimilados, se aliaron luego con
los exterminadores en un pacto oscuro que el terror dictaba, y
volvieron ahora todos, de cierta manera, a ser judeo–cristianos?
Porque seamos honestos: el Tercer Reich se ha prolongado en el 4º
Reich del Imperio norteamericano. Es claro: prefieren no saberlo
porque el Estado de Israel está –nosotros los judíos latinoamericanos
sí lo sabemos– al servicio del poder cristiano–imperial de los EE.UU.
¿O van a creerse que los EE.UU. y Europa combatieron al nazismo para
salvar a los judíos? ¿Por qué ahora habrían de seguir persiguiéndolos
si mantienen lo que tienen de judíos congelado sólo en lo arcaico
religioso? Pero ¿no les dice nada pasar a ocupar ahora el lugar
impiadoso, como brazo armado de los poderosos capitalistas cristianos,
contra una población civil asediada y asesinada por osar defenderse
contra la expropiación ilimitada de un territorio que debía ser
compartido?

Recordemos. Karl Schmitt, filósofo católico del nazismo, había puesto
de relieve lo que la hipocresía democrática ocultaba: la categorías
políticas son todas ellas categorías teológicas. Es decir: la política
occidental (democrática y capitalista) tiene su fundamento en la
teología cristiana. Es notable: Schmitt coincide con lo que Marx joven
decía en Sobre la cuestión judía: el fundamento cristiano del Estado
germano se prolonga como premisa también en el Estado democrático.

Y si la política occidental al desnudarse muestra su fundamento
teológico oculto, sin el cual no hubiera habido capitalismo, entonces
toda política de Estado capitalista era antijudía, porque ése era el
escollo que el cristianismo había encontrado para consolidarse como
religión universal. No contra los judíos cristianizados que, como
ustedes en Israel, apoyan esa política, es cierto. Ustedes tienen de
cristianos, sin saberlo, lo que ocultan en su propia memoria al
ocultar que la Shoá como "solución final" fue un exterminio teológico
(cristiano) político europeo. Schmitt la tenía clara. Lo que el sutil
filósofo alemán católico necesitaba activar, en momentos de peligro
extremo para el cristianismo y el capitalismo frente a la amenaza de
la Revolución Rusa y las rebeliones socialistas, era el fundamento
cristiano escondido en la política: el odio visceral y alucinado
religioso antijudío para que en Europa reverdeciera con toda
intensidad el fundamento grabado durante siglos en el imaginario
popular cristiano. Y con ese vigor arcaico reverdecido pudieran
enfrentar la amenaza revolucionaria del judeo–marxismo.

Por eso, frente a la apariencia liberal de la política democrática
como una relación "amigo-amigo", el fundamento de la política nazi
extremaba las categorías de "amigo–enemigo" que Schmitt vuelve a poner
de relieve en el "estado de excepción" como la verdad oculta de la
democracia: el único enemigo histórico cuando entra en crisis el
fundamento social europeo son nuevamente los judíos. En 1933, frente a
la amenaza del socialismo tildado quizá con cierta razón de judío,
resurgía para muchos europeos todo su pasado y encontraban en los
judíos el fundamento más profundo de lo más temido para su concepción
cristiana: las premisas judías de un materialismo consagrado, no
meramente físico cartesiano como la economía capitalista requería. Por
eso Schmitt vuelve a desnudar las categorías fundantes adormecidas que
la teología católica mantenía vivas: volvía al fundamento religioso de
la política cristiana del Estado democrático para enfrentar el peligro
del "comunismo ateo y judío".

Sucede que en ese momento los judíos laicos formaban parte de la
creatividad moderna que en Europa alimentó el pensamiento político y
científico: eran rebeldes todavía, no como tantos de ahora, y por eso
Marx de joven pensaba que los judíos, una vez superada su etapa
religiosa y se hicieran laicos prolongando la esencia judía más allá
de lo religioso, podrían pasar a formar parte activa de la liberación
humana.

Y cuando al fin los europeos creían haber logrado en el siglo XIX la
universalización del cristiano–capitalismo que se expandía colonizando
a sangre y fuego el mundo, aparece otra vez el materialismo judaico
como premisa del socialismo, que no es físicamente metafísico sino que
parte de la Naturaleza como fundamento de la vida del espíritu humano.
Tiemblan entonces en Europa los fundamentos cristianos de la política
y de la economía: un nuevo fantasma la recorre y se manifiesta en una
teoría judía revolucionaria. De lo cual resulta que en momentos de
crisis Hitler sólo representó, en términos estrictamente religiosos,
culturales y políticos, el temor de toda la cultura occidental ante
los comunistas y los judíos como los máximos enemigos de ambos, ahora
renovados: del capitalismo y del cristianismo. El racismo de los nazis
–esa "teozoología política"– no es más que el espiritualismo cristiano
secularizado que el Estado nazi consagró laicamente en las pulsiones
de los cuerpos arios.

Una vez aniquilados los millones de judíos –como luego fueron
arrasando y aniquilando con la misma consigna a millones de soviéticos
"judeo-comunistas"– el impacto aterrorizante de la "solución final"
hizo que los judíos casi nunca, salvo muy pocos, se atrevieran a
señalar a los verdaderos culpables del genocidio (como pasó entre
nosotros con los genocidas). Con la derrota de los nazis como únicos
culpables –según cuenta la historia de los vencedores– desapareció en
Europa la historia de los pogromos y las persecuciones cristianas
medievales y modernas que nos aterraron durante siglos: la de los
franceses tanto como la de los italianos, los españoles, los polacos y
los rusos mismos. Sólo los nazis alemanes fueron antijudíos.

Los judíos cristianizados por el terror del cristiano-capitalismo en
Europa luego de la Shoá buscaron su "hogar" fuera de Europa: se
instalaron en Palestina, como si el reloj de la historia, ahora
teológica, se hubiera detenido hacía dos mil años. No se dieron cuenta
de que la mayoría de los judíos que volvían a Israel no eran como
nuestros antepasados que se habían ido: los descendientes de los
defensores de Massada o de los macabeos. Buber, Gershon Scholem y
tantos otros sí lo recordaban. Nadie quería que nos volviera a pasar
otra vez lo mismo, es cierto; pero en vez de enfrentar y denunciar a
los verdaderos culpables del genocidio –que ahora nos apoyaban para
que nos fuéramos para siempre de Europa y termináramos nosotros mismos
la etapa final democrática de la "solución final" judía que ellos
comenzaron– los israelíes terminaron sometiendo a los palestinos como
los romanos, los europeos y los nazis lo hicieron antes con nosotros.
Pero primero tuvieron que vencer la resistencia de nuestros pioneros
socialistas.

Los israelíes, apoyados ahora por el Imperio cristiano–capitalista que
los había perseguido, crearon también en Israel un Estado teológico,
pero la "parte" secularizada dentro de ese Estado judío siguió siendo
la del Estado cristiano. Volvieron como judíos para culminar en Israel
la cristianización comenzada en Europa: mitad judíos eternos en lo
religioso, mitad cristianos secularizados en lo político y en lo
económico. Por eso ahora en Israel el Estado mantiene la economía
neoliberal capitalista y cristiana sostenida por los religiosos judíos
sedentarios, detenidos en el tiempo arcaico de su rumiar imaginario. Y
por el otro lado los iraelíes son neoliberales en la política y en la
economía y en la ciencia "neutral", cuyas premisas iluministas son
cristianas. Mitad judíos en el sentimiento, mitad cristianos en el
pensamiento.

Y por eso quieren que todos, también aquí y ahora, seamos como ellos:
judeo-cristianos como el rabino Bermann, avalado por el cardenal
Bergoglio, o judíos–laicos como Aguinis, neoliberal letrado avalado
por el obispo Laguna. O como los directivos de la AMIA, que tienen la
potestad de determinar si soy o no judío. Si soy judío "progresista" y
no me secularicé como cristiano, entonces no soy judío, no podré
aspirar a ser enterrado en un cementerio comunitario porque me
faltaría la parte cristiana de mi ser judío. Pero judíos–judíos, esos
que prolongan en lo que hacen o piensan los valores culturales judíos,
quedan al parecer muy pocos, aunque sean muchos los que leen hebreo o
reciten kaddish en la tumba de sus padres. Todos están aureolados con
la coronita del cristiano-capitalismo que al fin los ha vencido por el
terror cristiano luego de dos mil años de resistencia empecinada:
convertidos ahora al "judeo-cristianismo".

Por eso la creación del Hogar Judío en Palestina tiene un doble
sentido: la "solución final" europea tuvo éxito, logró su objetivo, el
cristianismo europeo se desembarazó de los judíos y muchos de los que
se salvaron se fueron de Europa casi agradecidos, sin querer recordar
por qué se iban y quiénes los habían exterminado. La Europa cristiana
y democrática se había sacado el milenario peso judío de encima. Pero
mis padres, que llegaron a las colonias judías de Entre Ríos, sí lo
sabían.

Todos los judíos estamos pagando esta inmerecida transacción, ese
"olvido" del Estado de Israel, al que seguramente se habrían negado
los defensores del Ghetto de Varsovia, que murieron, ellos sí,
sabiendo quiénes eran los responsables políticos, económicos y
religiosos –estaban a la vista–- como los millones de judíos europeos
que murieron en los campos de exterminio. Los judíos que vinieron
luego, esos que estamos viendo, no quisieron ni pensar a fondo en los
culpables: se unieron a los poderosos y saludaron alborozados que el
socialismo stalinista antisemita se derrumbara arrastrando al olvido
al mismo tiempo, como si fuera lo mismo, la memoria de los pioneros
judíos revolucionarios asesinados por Stalin. Por eso sus sueños
mesiánicos dependen ahora únicamente de los cristianos y del
capitalismo para poder realizarse. Sólo tenían que hacer una cosa:
permutar al enemigo verdadero por un enemigo falso.

Estamos pagando muy cara esta conversión judía. Los israelíes, ya
vencidos en lo más entrañable que tenían de judíos históricos, se han
transformado en la punta de lanza del capitalismo cristiano que los
armó hasta los dientes para enfrentar el mayor y nuevo peligro que
tiene el cristianismo: los mil millones de musulmanes que pueblan el
mundo. Pero ni los musulmanes ni los palestinos fueron los culpables
de la Shoá: los culpables del genocidio son ahora sus amigos, que los
mandan al frente.

Y aquí cierra la ecuación política amigo-enemigo de Karl Schmitt.
Antes, hasta la Segunda Guerra Mundial, el fundamento teológico de la
política era "amigo/cristiano–enemigo/judío". Ahora que los judíos
vencidos se cristianizaron como Estado teológico neoliberal la
ecuación es otra: "amigo/judeocristiano–enemigo/musulmán". ¿Este es el
lamentable destino que Jehová nos reservaba a los judíos? Porque de lo
que hacen ustedes en Israel depende también el destino de todos
nosotros.
-- 
Diego Saravia
Diego.Saravia en gmail.com
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