[Solar-general] por que ser vegetariano?
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Dom Dic 14 22:32:19 CET 2008
Bien acá encontre el texto gracias a www.bibliotheka.org :
Los derechos de los vegetales (Un Mundo sin Máquinas)
"Las plantas —decía— no demuestran la menor señal de interesarse por los
asuntos del género humano. Nunca lograremos que una rosa comprenda que cinco
veces siete hacen treinta y cinco, y es inútil hablar a un roble de las
fluctuaciones de la Bolsa. De ahí que consideremos al roble y a la rosa como
desprovistos de inteligencia, y al ver que no entienden de nuestros asuntos,
sacamos en conclusión que no entienden de los suyos. Mas ¿qué puede saber de
lo que es inteligencia el hombre que habla en esa forma? ¿Quién demuestra
tener más inteligencia: él, la rosa o el roble?
Y cuando llamamos estúpidas a las plantas porque no entienden nuestros
asuntos, ¿de qué capacidad damos prueba para comprender los suyos? ¿Podemos
formarnos el más leve concepto de cómo una semilla de rosal transforma
tierra, aire, calor y agua en una rosa en plena floración? ¿De dónde saca sus
colores? ¿De la tierra, del aire, etc.? Muy bien, pero ¿cómo? Esos pétalos de
un tejido inefable, esos matices que exceden en delicadeza a las mejillas de
un niño), ese perfume, ¿de dónde? Mírense la tierra, el aire y el agua:
tenemos aquí todos los elementos que posee la rosa para elaborar su trabajo.
¿Demuestra carecer de inteligencia en la alquimia, merced a la cual transforma
el barro en pétalos de rosa? ¿Dónde está el químico capaz de producir algo
que les sea comparable? ¿Por que no lo intenta nadie? Sencillamente porque
todos saben que no hay inteligencia humana a la altura de semejante tarea.
Renunciamos al ensayo. Es asunto de la rosa; que se encargue de ello... y
diremos que carece de inteligencia porque nos desconciertan sus milagros y
la forma indiferente y esencialmente práctica en que los opera.
Véanse además los esfuerzos que hacen las plantas para protegerse contra sus
enemigos. Arañan, cortan, pican, despiden malos olores, segregan los más
temibles venenos, que sólo Dios sabe cómo se las arreglan para fabricar,
cubren sus preciosas semillas con espinas parecidas a las de un erizo,
tomando formas portentosas para espantar a los insectos dotados de un sistema
nervioso delicado, se esconden, crecen en lugares inaccesibles y mienten tan
plausiblemente, que logran engañar hasta a sus enemigos más astutos.
Arman trampas untadas con liga para capturar insectos, e incitan a éstos a
ahogarse en recipientes que han formado con sus hojas y han llenado de agua.
Otras se transforman, por decirlo así, en ratoneras vivas, que se cierran
con un muelle sobre cualquier insecto que llega a posarse en ellas. Y otras
dan a sus flores la forma de cierta mosca, gran saqueadora de miel, de tal
modo que cuando viene la verdadera mosca, cree las flores ya ocupadas por
congéneres y se marcha. Algunas son tan astutas que se pasan de la raya y se
perjudican, como el rábano silvestre, que la gente arranca y come
precisamente por ese sabor picante con el que se defiende de sus enemigos
subterráneos. Si creen, por el contrario, que algún insecto puede serles de
alguna utilidad, véase cómo se adornan y qué hermosas se hacen.
¿En qué consiste la inteligencia si el saber cómo debe hacerse lo que uno
quiere y hacerlo repetidamente no es ser inteligente? Algunos dicen que la
semilla de rosal no desea transformarse en rosal. Entonces, dígaseme en nom
bre de la razón, ¿por qué se transforma en ello? Es muy probable que no se
dé cuenta del deseo que está estimulándola a obrar. No tenemos motivo alguno
para suponer que un embrión humano sabe que desea crecer y transformarse en
bebé, y éste en hombre. Ningún ser demuestra saber lo que desea o lo que está
haciendo, cuando sus conocimientos de lo que desea y de la manera de
conseguirlo han sido determinados de modo definitivo, sin dejar lugar a duda.
Cuanto menos demuestran saber lo que hacen los seres vivos, con tal que lo
hagan bien y repetidamente, tanto más convincente es la prueba que nos dan de
que en realidad saben cómo hacerlo y lo han hecho ya un sinnúmero de veces en
ocasiones anteriores.
Alguien podría objetarme —continuaba—. «¿Qué queréis decir con eso de un
sinnúmero de veces en ocasiones anteriores? ¿En qué ocasión anterior ha
podido la semilla hacerse rosal?». Contesto a esta pregunta haciendo otra a
mi vez: La semilla, ¿formó parte de la identidad del rosal donde creció?
¿Quién lo puede negar? Y vuelvo a preguntar: ese mismo rosal, ¿estuvo ligado
con la semilla de la cual salió a su vez por esos lazos que solemos
considerar que constituyen la identidad personal? ¿Quién lo ha de negar?
Entonces, si la semilla número 2 es continuación de la personalidad de su
progenitor el rosal, y éste es continuación de la personalidad de la semilla
de la cual salió, la semilla número 2 debe ser asimismo continuación de la
personalidad de la primera semilla, la cual debe continuar la de una semilla
anterior, y así se remontaría ad infinitum Por lo tanto, es imposible negar
la personalidad continuada entre cualquier semilla existente y la primera
semilla que pudo llamarse adecuadamente semilla de rosal.
La contestación, pues, que hayamos de dar a nuestro objetante no se habrá de
buscar muy lejos. Hela aquí: lo mismo que hace ahora, hizo la semilla de
rosal en las personas de sus antepasados, con los cuales está bastante
ligada para poder recordar lo que hicieron éstos al encontrarse en las
mismas circunstancias. Cada etapa del desarrollo trae el recuerdo del camino
seguido en la etapa anterior, y esto se ha repetido tantas veces ya que toda
duda (y, con la duda, toda conciencia de la acción) queda extinguida.
Pero nuestro contrincante podría objetar aún: «Admitiendo que el enlace entre
todas las generaciones sucesivas ha sido tan íntimo y sin solución de
continuidad que cada una de ellas pueda conceptuarse capaz de recordar lo que
hizo en la persona de sus antepasados, ¿cómo demostraréis que efectivamente
lo recordó?».
Contesto yo: por la marcha que sigue cada generación, marcha que reproduce
todos los fenómenos que solemos atribuir a la memoria, y que puede explicarse
con la suposición de que ha sido guiada por la memoria, que no ha sido
explicada nunca, ni parece probable que lo sea, por otra teoría que por la
hipótesis de una memoria permanente, continua, entre las generaciones
sucesivas.
¿Quiere alguien presentarme un ejemplo de ser viviente cuya acción podamos
comprender, que ejecute actos sumamente difíciles e intrincados, una y otra
vez, con invariable éxito, y sin embargo, no sepa cómo hacerlos ni los haya
ejecutado jamás anteriormente? Que me presenten ese ejemplo y me callaré;
pero mientras no me lo enseñen, seguiré pensando que la acción, donde no
puedo observarla, está sometida a las mismas leyes que la acción que reside
en el campo de mi observación. Se hará inconsciente en cuanto la habilidad
que la dirige haya logrado el máximo de perfección. No puede esperarse, por
consiguiente, que la semilla de rosal ni el embrión den señales de saber lo
que sin embargo saben; si dieran esas señales, tendríamos más motivo para
dudar de que saben lo que quieren y el modo de lograrlo.
Algunos de los párrafos que he reproducido anteriormente, fueron inspirados
manifiestamente por el que acabo de citar. Leyéndolo en una reimpresión que
me enseñó un profesor, el cual había recopilado y publicado gran parte de las
obras primitivas que trataban de esta cuestión, no podía por menos de
recordar aquel otro donde Nuestro Señor aconseja a sus discípulos que reparen
en los lirios del campo, que no trabajan ni hilan; pero cuyo traje supera en
belleza al del mismo Salomón con toda su gloria.
«¿No trabajan ni hilan? ¿Conque no? ¿No trabajan?» Tal vez no, ahora que tan
bien conocen la marcha de su desarrollo, que no puede presentárseles la menor
duda; pero es poco probable que los lirios hayan conseguido ataviarse con
tanta hermosura sin haberse tomado el menor trabajo para ello. «¿Ni hilan?»
No lo hacen con una rueca, por supuesto, pero ¿es que no hay verdadero tejido
en una hoja?
¿Qué dirían los lirios del campo si pudiesen oírnos declarar que no trabajan
ni hilan? Dirían, supongo, lo mismo que nosotros si supiéramos que los lirios
predican entre ellos la humildad tomando a los Salomones por
ejemplo: «Reparad en los Salomones con toda su gloria: no trabajan ni
hilan». Diríamos que los lirios hablan de cosas que no entienden, y que si
bien es cierto que los Salomones no trabajan ni hilan, no ha faltado quien
trabaje y quien hile para que puedan ataviarse con tanto esplendor.
Pero volvamos a nuestro filósofo. Lo dicho bastará para dar idea de la
tendencia general de los argumentos en los cuales se basaba para demostrar
que los vegetales no son ni más ni menos que animales, bajo otra denomi
nación; pero no he expuesto sus ideas, ni con mucho, en la forma amplia y
detallada con que las presentó al público. Sacaba, o pretendía sacar, en
conclusión, que si era ilícito matar y comer los animales, no lo era menos
hacerlo con los vegetales o con sus semillas. Pretendía que no debían
comerse ni unos ni otras, excepto lo muerto por muerte natural, tal como una
fruta caída en tierra y camino de pudrirse, o las hojas de col amarillas al
acabarse el otoño. Declaró que éstas y otros desperdicios de parecida
índole, eran los únicos alimentos que podían comerse con la conciencia
tranquila. Aun así, el que los comiese debía plantar las pepitas de todas las
manzanas o peras que había comido, así como los huesos de ciruelas, cerezas,
etc., pues de lo contrario incurría casi en la misma falta que quien
cometiera un infanticidio. El grano de los cereales, según su opinión,
estaba fuera de discusión, toda vez que cada grano poseía un alma viva, ni
más ni menos que el hombre, y tenía igual derecho que éste a disfrutar en paz
de dicha alma.
Habiendo así arrinconado a sus conciudadanos, con la punta de la bayoneta de
su lógica, hasta un callejón en el cual no veían salida posible, les propuso
someter la cuestión a un oráculo en quien el país entero tenía depositada la
mayor confianza, y a quien recurrían siempre que se encontraban en épocas de
gran perplejidad. Se murmuró a la sazón que una pariente próxima del
filósofo era camarera de la sacerdotisa encargada de dar el oráculo; y el
partido puritano declaró que la contestación, extrañamente inequívoca del
oráculo, se había logrado merced a influencias ocultas. Sea de ello lo que
fuere, he aquí la contestación, traducida con toda la exactitud posible:
Quien algún pecado comete
peca más de lo que debe;
pero el que no peca nada
tiene mucho que aprender.
Golpeas o te golpean,
y si no comes te comen,
matas o esa ti a quien matan,
eres libre de escoger.
Era manifiesto que esta respuesta sancionaba al menos la destrucción de vida
vegetal, cuando el hombre la necesitaba como alimento; y nuestro filósofo
había demostrado con tal fuerza de argumentación que cuanto era cierto para
los vegetales no lo era menos para los animales, que aun cuando el partido
puritano se alborotó y levantó un furioso clamor, las leyes que prohibían el
consumo de carne fueron derogadas por una mayoría aplastante.
He aquí cómo después de errar varios siglos por los desiertos de la filosofía,
el país llegó a las mismas conclusiones obtenidas mucho antes por el sentido
común. Hasta los puritanos, después de intentar en vano sustentarse con una
especie de confitura hecha de manzanas y hojas amarillas de col, sucumbieron
ante lo inevitable y hubieron de resignarse a adoptar un régimen de carne
asada de vaca y cordero, acompañada de los demás guisos que figuran en
nuestras mesas modernas.
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