[Solar-general] Para que el Software Libre sea tal, tenemos que romper con las relacion es de explotación

Diego Saravia dsa en unsa.edu.ar
Mie Ago 16 23:38:48 CEST 2006



http://www.rebelion.org/noticia.php?id=35779
“Para que el Software Libre sea tal, tenemos que romper con las relaciones de
explotación”

Encontrarte

Eduardo Samán, farmacéutico de profesión egresado de la UCV, amplio conocedor
del área informática, actual Director General (E) del Servicio Autónomo
Nacional de Normalización, Calidad, Metrología y Reglamentos Técnicos
-SENCAMER- y Director General Titular del Servicio Autónomo de la Propiedad
Intelectual -SAPI-, es un amplio conocedor de estos temas e importante
referente a nivel nacional para el tema de la propiedad intelectual, los
derechos de autor y las alternativas al respecto.

El software libre, posición que va ganando cada vez más espacio en el mundo de
las tecnologías de la información, puede ser un paso adelante en la
construcción de un mundo más justo; pero es necesario hacer algunas
puntualizaciones sobre el mismo para ver de qué manera, en tanto instrumento
tecnológico, puede ponerse efectivamente al servicio de la construcción de una
nueva sociedad más justa y solidaria.

ENcontrARTE habló con él abordando diversos temas que tienen que ver con el
software libre así como con las nociones de derechos de autor, propiedad
privada y alternativas afines.

ENcontrARTE: Eduardo, estamos invadidos del término "piratería" para
referirnos a la circulación de innumerables bienes culturales como copias de
programas de computación, discos de música, películas, etc. ¿Por qué hablar de
piratería? ¿Qué significa ésto? ¿Es correcto plantearlo en estos términos?

E. S: El término es incorrecto. Desde el punto de vista jurídico la
"piratería" está definida como un delito de alta mar consistente en el asalto
a barcos. La acción que vemos todos los días de vendedores informales que
venden copias por la calle, en realidad son copias no autorizadas de todos
estos productos culturales, de estas obras intelectuales. La propiedad
intelectual tiene dos grandes ramas: el derecho de autor y la propiedad
industrial. Esta última se ocupa de las marcas y patentes de invención. El
derecho de autor es una legislación que regula las así llamadas obras del
intelecto. Y esas están definidas por la ley: son obras del intelecto las
obras literarias, las obras audiovisuales –las sonoras o cualquier tipo de
película–, las obras plásticas y los programas de computadora, el software.

El derecho de autor, a diferencia de la propiedad industrial, tiene orígenes
históricos diferentes. La propiedad industrial se desarrolla a partir de la
revolución industrial y tiene que ver con las patentes de invención. Es decir,
inventos susceptibles de aplicación industrial y marcas. Por otro lado los
derechos de autor tienen sus orígenes con la invención de la imprenta y están
consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su Artículo
27. Ahí se dice que toda persona tiene derecho a integrarse a la vida
artística y cultural, y a gozar de los avances científicos de la humanidad, y
además toda persona tiene derecho a recibir una protección moral y material de
su producción intelectual. Ese artículo resume el derecho de autor como un
equilibrio entre la protección que debe recibir el autor y el beneficio social
o derecho del usuario.

Entendemos entonces que así como un compositor musical, por ejemplo, tiene
derecho a recibir una remuneración por su trabajo, igualmente todos los
usuarios tenemos derecho a disfrutar de esa obra. El equilibrio entre ambas
cosas es lo que se conoce como derecho de autor. Lo que pasa es que ese
derecho se ha convertido en sinónimo de protección del autor, y eso no es así.
Por medio de ese artículo estamos hablando de derechos culturales, pero no de
forma de propiedad. La misma Declaración, en su artículo 17, da el derecho a
la propiedad. Pero hay que ser enfático en esto: el derecho de autor no
significa una forma de propiedad. Sin embargo se ha convertido una cosa en la
otra, se ha utilizado ese derecho para mercantilizar el proceso y favorecer
los intereses mercantiles en juego. Más bien nos han hecho creer que ese
derecho es una forma de propiedad para poder traficar con el mismo, para
lucrar. ¿Qué significa entonces hacer una copia no autorizada, como venden los
buhoneros por la calle? Ese derecho nace con el autor, en el momento de
creación de la obra; cuando alguien escribe un libro, ahí nace su derecho como
autor a diferencia de una patente de invención. Si alguien inventa un
artefacto, el inventor, en el momento de la creación, no tiene el derecho de
la patente sino que tiene que someterlo a la consideración del Estado, y es el
Estado el que firma una suerte de contrato social, una concesión. Eso es la
patente de invención, que le otorga al inventor un derecho monopólico para que
pueda recuperar su inversión. Qué hace después el inventor con esa patente no
es competencia del Estado: si alguien la explota, se hace rico con ese
invento, o no, eso ya no es competencia del Estado. Con este contrato se busca
que el inventor revele la nueva tecnología inventada, la haga pública, la haga
patente. Eso significa hacer patente una cosa: hacerla evidente, ponerla
delante de todos. El Estado le asegura que sólo el inventor podrá explotar
comercialmente ese invento impidiéndoselo a terceros. Pero no se puede impedir
que terceros reproduzcan el invento con fines de investigación o docencia. En
fin, es un contrato que trata de proteger al inventor, pero también a la
sociedad. Si, por ejemplo, el inventor no desarrolla comercialmente su invento
por tres años, el Estado puede fijar su comercialización por medio de
terceros. O puede hacer uso de esa licencia para desarrollar el invento en
caso de fuerza mayor, por ejemplo con un medicamento ante un caso de epidemia
o una emergencia sanitaria.

En el caso de las patentes industriales el derecho que da el Estado es
territorial; en el caso del derecho de autor, el derecho es de carácter
universal. En el caso de los derechos de autor, eso rige mientras el autor
esté vivo, y luego pasa a los herederos. En el caso de Venezuela está
estipulado 60 años después de la muerte del autor; luego la obra entra en el
dominio público, es decir que puede ser reproducida de forma libre. Podemos
reproducir una obra de Arturo Michelena porque tiene más de 60 años de muerto.
Ese tiempo varía de un país a otro; hay una tendencia de las corporaciones
transnacionales de alargar ese período. Como ese derecho no lo tienen los
autores ni los herederos sino que se han cedido a las editoriales o a las
disqueras, ellas son las que fijan tiempos más largos. En Estados Unidos, por
ejemplo, cada vez que se acercaba el vencimiento de los derechos de autor del
ratón Mickey, de Walt Disney, modificaban la ley y alargaban el período. Ahora
está en 90 años. Y en México está en 100 años. El autor, si lo desea, puede
registrar la obra para constituir una prueba de su autoría. Como esto es algo
del ámbito del derecho privado, si hay un plagio de una obra es el mismo autor
el que debe presentar la denuncia. Lo primero que los tribunales van a pedirle
es que demuestre la autoría; por eso es importante registrar la obra una vez
producida. Aunque esa prueba puede ser también la presentación de la obra en
un festival que esté documentado, o testigos. Es decir, cualquier prueba que
tenga valor ante un juez.

El derecho de autor impide que un libro sea copiado por alguien que no es el
autor. Es lo que en Estados Unidos se llama copyright, es decir: el derecho a
la copia. Existen excepciones; se pueden hacer copias parciales de un libro,
por ejemplo, en las bibliotecas, cuando están destinadas a fines educativos. Y
si ese libro fuera copia única y se corre el riesgo de que pudiera perderse,
la biblioteca puede hacer una copia total del mismo y conservarlo en su
acervo. En la nueva legislación europea se han eliminado esas excepciones; se
pueden sacar copias a un libro en una biblioteca pública, pero hay que pagar
un derecho que va a la editorial. Esos derechos casi nunca los cobra el autor,
porque los mismos, para ser publicados, habitualmente los ceden a las casas
editoriales. Así que ahora, en Europa, se ha vuelto prohibitivo hacer una
fotocopia de unas páginas de un libro en una biblioteca.

ENcontrARTE: Y desde el punto de vista moral, esto de las copias, de la mal
llamada "piratería", que es un fenómeno no sólo venezolano sino mundial, ¿cómo
lo asumimos? ¿Qué hacemos al respecto?

E. S: Hay diferentes sectores involucrados: el del libro, el del disco, el del
software. Lo que a veces es válido para uno no es válido para el otro. En el
sector del software son las mismas empresas productoras las que promovieron
las copias no autorizadas como una forma de difusión. Eso fue una forma de
publicidad a bajo costo, que vivimos especialmente en los años 80 y 90. Eran
las mismas empresas que no ejercían ningún control de las copias y dejaban que
se hicieran; más bien hasta la promovían. Era toda una estrategia: permitían
que se copiaran los programas, no tomaban ninguna previsión tecnológica para
impedir que eso sucediera, lo cual daba que pensar; y tampoco ejercían ninguna
acción legal contra quienes copiaban. Sabiendo que el grueso de la población
no tenía acceso económico a pagar un software caro, programas de 500, 800,
1.000 dólares, y más: un programa de diseño por computadora puede llegar a
costar hasta 5.000 dólares, ante eso dejaron que se dieran estas copias no
autorizadas. Las empresas saben que quien circula por el centro de la ciudad
de Caracas no tiene 5.000 dólares para pagar una licencia; pero sí tiene lo
que vale una copia de un dólar. Si la compras, aprendes a usar ese programa.
¿Qué hicieron? En los 90 desplegaron toda una estrategia mediática. No hay que
olvidarse que un tiempo atrás había copias no autorizadas hasta en empresas
privadas, en bancos, en corporaciones gigantes, en empresas de consultoría,
constructoras, proyectistas. Luego, a través de la Business Software Alliance
–BSA–, que es una asociación civil tras la que, según se dice, está Microsoft,
y está mantenida por los distintos productores de software, se desplegaron
acciones legales para determinar que una determinada empresa estaba usando
copias no autorizadas. De esa manera, sin que iniciaran un juicio propiamente
dicho, haciendo auditorías para pescar a los infractores, llegaban a un
acuerdo con la empresa que utilizaba estas copias obligándoles a comprar las
licencias respectivas. Eso lo hicieron con un apoyo mediático fuerte, con
mucha propaganda, y así lograron poner a derecho a las empresas más grandes.
Luego quedaba el gobierno, que usaba copias no autorizadas, y que por supuesto
puede pagar. Para todo ello hicieron un gran lobby a través de las unidades de
informática de los distintos ministerios. Esto que cuento ahora sucedió en
Venezuela, pero el modo de actuar fue similar en toda Latinoamérica. Compraron
a todos los jefes de las unidades de informática a través de regalos, viajes y
ese tipo de cosas, y así lograron regularizar a todos los gobiernos,
haciéndoles comprar las licencias. Luego de esto quienes quedaban con copias
no autorizadas eran los pequeños comerciantes y pequeñas empresas, con cinco o
seis máquinas, y los usuarios que tienen software no autorizado en sus casas.
En Colombia, por ejemplo, llegaron a sacar una ley que transforma el uso de
software pirata en un delito fiscal, con lo que el mismo Estado tenía que
perseguir de oficio a quienes usaban copias no autorizadas. Es decir que se
convirtió un derecho de acción privada en un derecho de acción pública. Y
cuando te fuerzan a comprar las licencias uno irremediablemente queda
enganchado con la empresa fabricante del software. Con esto se fuerza a que
todos los pequeños empresarios tienen que trabajar para el señor más rico del
mundo.

ENcontrARTE: El pez grande se come al chico; es la estructura del mundo
dividido en clases sociales. Hoy, desde la revolución industrial en adelante,
todo es marca registrada y por cada cosa que consumimos debemos pagar una
patente. Con los bienes culturales es otro tanto. Ahora bien: ¿qué hacer ante
esto? ¿Es la "piratería" una opción, o qué otra alternativa podemos construir?
Desde la Revolución Bolivariana, que está intentado proponer otros modelos,
¿qué podemos decir y hacer ante este fenómeno de los derechos de propiedad
privada de las grandes multinacionales?

E. S: Obviamente el gran mal se llama capitalismo. El capitalismo privatizó
todas las formas de propiedad. Si empezamos a ver la historia del ser humano,
la propiedad privada es algo muy reciente. En toda la historia del ser humano,
que hoy día se considera en tres millones de años, la noción de propiedad
privada aparece hace no más de diez mil años. Es un segmento muy pequeño, casi
insignificante, pero nos han hecho creer que la propiedad privada nació con el
ser humano, que es innata. Y eso es falso. Igualmente nos han hecho creer que
ir contra la propiedad privada es algo terrible, algo peor que una violación.
En una violación, la persona violada tiene que denunciar, a no ser que sea un
menor, en cuyo caso el Estado tiene que actuar de oficio. Y lo mismo pasa con
la mal llamada "piratería" de obras intelectuales: tiene que haber un
denunciante. Pero veamos: en el caso de la música, por ejemplo, no hay ni una
sola denuncia por copias no autorizadas contra los vendedores informales,
contra los buhoneros. ¿Y por qué? ¿Por qué no se siguen los procesos
judiciales? ¿Por qué las empresas discográficas jamás presentan una denuncia?
Se podría pensar que las casas disqueras, igual que los productores de
software, también se benefician con todo este circuito de la piratería. Ellas
saben lo que puede pagar cada segmento del público, y saben que los sectores
más humildes no pueden pagar el valor de un disco, que es similar en Estados
Unidos que aquí, sin tener en cuenta las diferencias de ingreso de la gente.

Los que, por otro lado, se benefician de esta distribución de copias no
autorizadas, son los mismos músicos. De las disqueras ellos reciben muy poco,
del 3 al 5 % de lo que declaran haber vendido las disqueras, pero a través de
este tipo de ventas de copias no autorizadas los creadores se pueden hacer
famosos, y después pueden ganar mucho más con presentaciones en vivo. Los
artistas, en realidad, son los que menos se molestan por ser copiados. Al
contrario: así su música se difunde sin tener que invertir nada. Podría
pensarse que toda la estrategia mediática de lucha contra la piratería es, en
definitiva, una forma de propaganda. Y la forma en que se presenta esta
piratería, criminalizándola, sirve también para vincular el país con el
terrorismo internacional. De esta forma las empresas transnacionales pueden
imponer mejor sus condiciones a la hora de negociar cualquier contrato
elevando los niveles de protección a sus productos, es decir: a sus ganancias.
Así se desequilibra la balanza entre lo que decíamos hace un rato, entre los
derechos del autor y los beneficios sociales; pero se desequilibra en
beneficio de las grandes corporaciones que manejan el negocio. Hay países
donde hacer una copia no autorizada de un disco es más grave que, por ejemplo,
romperle la cara a alguien.

Las grandes ganancias que obtiene Estados Unidos vienen de tres fuentes
fundamentales, basados todos en lo que llaman la propiedad intelectual. El
primer sector es el químico-farmacéutico y de la biotecnología. No es el
negocio que mueve más dinero; seguramente lo es el energético, o el de las
armas; pero sin dudas es millonario. El segundo sector es el del software. Y
el tercer sector es el del entretenimiento, el que llaman la industria del
entretenimiento o industria cultural. Ahí está Hollywood, la televisión por
cable, los videojuegos. Los tres sectores están basados en la propiedad
intelectual; por eso Estados Unidos despliega muchísimos recursos para hacer
lobby en función de aumentar la protección de su industria. Ellos son dueños
de la mayoría de patentes, son dueños de la mayoría de derechos de autor de
importancia comercial. Por eso hacen tanta protección de los derechos de autor.

ENcontrARTE: Entonces, contrariamente a lo que dice la gran empresa con
aquello de "dile no a al piratería", ¿habría que afirmar "dile sí a la
piratería" como forma de rebelión política, de alternativa?

E. S: No. No podemos decirle sí a la piratería porque, ante todo, no debemos
usar el término piratería por las razones que explicábamos antes. Por otro
lado, la llamada piratería es provocada por las mismas corporaciones, y las
beneficia. Beneficia a los poderosos en todos los sentidos: desde económico
hasta político, y también en términos estratégico-militares. Cuando quieren
nos criminalizan y nos vinculan al terrorismo. Debemos decir no a esto de la
piratería porque en todo esto hay un efecto de transculturalización. ¿Qué se
copia? Pues la música de ellos, el software de ellos. Al hacer eso, al copiar
y usar su software nos crea una dependencia tecnológica que, tarde o temprano,
hay que pagar. Es toda una cadena: te compras una copia por la calle a un
dólar, pero luego recomiendas en tu institución ese software, que hay que
pagar. Con cada copia estamos contribuyendo a la transculturalización de los
pueblos; con cada copia no autorizada estamos facilitando ese proceso. A la
larga eso nos perjudica, por eso no estamos de acuerdo con esa práctica.

Entonces ¿qué opciones podemos tener dentro del capitalismo, o dentro de esta
etapa de transición como la que estamos atravesando ahora en Venezuela? En el
caso del software tenemos la opción del software libre. Y con la misma
filosofía que lo alienta surgieron también la música libre, o la literatura
libre, o el cine libre. El derecho de autor nace con la creación de la obra,
pero el autor puede permitir, si lo desea, la difusión de su obra sin pago de
derechos, de forma libre. En ese caso las copias pasan a ser legales. Y así
también obtiene beneficios, porque se da a conocer; y si después da un
concierto, gana con las entradas. Todo esto del arte libre lo inicia un
abogado estadounidense llamado Laurence Lessing. El es el autor de un libro
que se llama "Cultura libre", al cual autoriza a copiar. Se puede bajar de
internet y copiar legalmente, dado que el autor lo permite. Y si el libro está
también en las librerías, el que quiere irá a comprarlo. Como sucede
igualmente con la música libre. Si los discos que se autorizan copiar también
están en un negocio, el que quiera comprarlo lo podrá hacer, para un regalo
por ejemplo. Estas alternativas del arte libre se han desarrollado bastante en
algunos países; incluso algunos gobiernos han adoptado esta modalidad, como en
Brasil o en Chile. Todos los movimientos que están bajo esta modalidad han
sido exitosos, porque es una buena forma de darse a conocer, y también de
romper los monopolios.

ENcontrARTE: Hablemos un poco del software libre. ¿Cómo es esto del software
libre? ¿Qué beneficios aporta a la población? ¿Es una alternativa válida?

E. S: Como ya lo dijimos, el software es considerado una obra del intelecto.
Por tanto, el software propietario tiene sus derechos de autor, se rige por
esos mecanismos, conocidos en Estados Unidos como copyright. Cuando una
persona adquiere un programa, está comprando una licencia. Esa licencia, ese
contrato, es algo muy restrictivo. La empresa que nos lo vende nos autoriza a
usar ese software solamente en una computadora; no lo podemos copiar y
distribuir, ni podemos ver el código fuente, ni podemos hacer modificaciones,
lo que en derechos de autor se conoce como obras derivadas. Esa licencia me
restringe todo eso: copiar, modificar, hacer obras derivadas o, eventualmente,
distribuir esas nuevas obras. Ahora bien: el software libre es también una
obra del intelecto y también está protegido por los derechos de autor o
copyright. Pero la diferencia está en que el autor hace una licencia en la que
permite esas cuatro nuevas libertades: 1) la libertad de usarlo, 2) la
libertad de copiarlo y distribuirlo, 3) la libertad de modificarlo y 4) la
libertad de distribuir las nuevas versiones, las obras derivadas. Los dos:
tanto software propietario como software libre, tienen derechos de autor que
nacen en el momento mismo en que el programa es concebido por su autor, igual
que una obra literaria. El software no se patenta en Venezuela, ni tampoco en
Europa; sólo se patenta en Estados Unidos. Las patentes de software son muy
restrictivas, dado que se patentan los elementos, el botón, el doble clic, la
barra de avance, los algoritmos con que se elaboran los programas. Todo se
patenta. Pero ¿qué pasa con el software libre? La diferencia con el software
propietario está en la licencia, que en este caso permite las cuatro
libertades de que recién hablábamos. Pero el software libre no cuestiona el
status quo, el derecho de autor. En ese sentido, el software libre no es del
todo revolucionario porque la diferencia está sólo en una capa, que es la
licencia. Todo esto ha provocado una serie de fenómenos interesantes. Estas
cuatro libertades han creado una suerte de propiedad colectiva del
conocimiento, lo cual, sin dudas, es un avance. Alguien hizo un sistema
operativo, lo liberó, y al estar libre la gente puede tomarlo, modificarlo, y
esas modificaciones retornan al dominio público. Hoy día el 65 % de los
servidores del mundo en internet funcionan sobre Linux. Cuando los sistemas
propietarios tienen modificaciones cada año, o cada seis meses, con estos
sistemas públicos hay modificaciones y mejoras constantes. Aquí hay miles de
miles, millones de personas trabajando para modificarlo al mismo tiempo. Eso
va a una velocidad exponencial, y en un tiempo lineal corto crece de una
manera vertiginosa. Hace poco tiempo no había en software libre programas de
manejo de sonido de video, y ahora hay cantidades increíbles, y óptimos. Todos
libres. Desde el punto de visto tecnológico, el software libre es muy
poderoso, más que el software propietario. Tiene mucho menos restricciones.
Sin piratear, en forma gratuita, uno tiene acceso a una cantidad increíble de
opciones de primerísimo calidad.

La pregunta es: ¿de qué viven estos programadores? ¿De qué vive alguien que
hace un software libre? Por supuesto que en el ámbito de la empresa privada el
que desarrolla un software cobra por su servicio. En el software libre el
programador va a la red, busca algo y luego lo modifica. Ese trabajo se paga
una sola vez, porque el producto luego queda en el dominio público y
cualquiera puede beneficiarse del mismo. En software libre no queremos decir
que el trabajo sea gratis; no, hay que pagarlo. Pero se paga una sola vez. Por
el contrario en el software propietario las horas de trabajo del programador
se pagan millones de veces. Por eso Bill Gates es el hombre más rico del
planeta, porque las horas de trabajo que se utilizaron en desarrollar el
software que él vende, se pagan infinitas veces. Las capacidades que da el
software libre las han aprovechado las corporaciones, y de ahí que surgió una
tendencia del software libre corporativo, donde se inscriben grandes empresas
como IBM, Sun Microsystems, HP, etc., basados en tres principios: 1) el
software libre es antimonopólico, 2) que es solidario y 3) que es libertario.
Basados en el principio antimonopólico han querido destronar a Microsoft, y
por eso el software libre les conviene: pero le han quitado el nombre de
"libre" y le pusieron open source, código abierto. De esa manera le quitan
cualquier vestigio que haga pensar en gratuito, en solidario, en libertad.
Pero como decíamos recién: el software libre no es completamente
revolucionario. Estas grandes corporaciones que se han pasado al software
libre hacen también su negocio con todo esto: te permiten usar el software,
pero no la marca. La marca sigue siendo propietaria.

Hay otra corriente en esto, que es la reformista. Ahí consideran sólo tres
principios: por un lado, es antimonopólica. Eso, en sí mismo, no la hace
anticapitalista ni revolucionaria. El capitalismo, dentro de su hipocresía, de
su doble moral, llega a condenar el monopolio. Ven a Microsoft como el malo de
la película porque interfiere en el libre juego de la oferta y la demanda.
Pero el capitalismo puede ser compatible con el software libre. Esta corriente
tiene como otro principio el hecho de ser de producción solidaria. Pero esto
sólo, por sí mismo, no es anticapitalista. Por ejemplo las cooperativas son
estructuras de producción solidaria, pero eso no significa socialismo. Son más
democráticas en la distribución de las riquezas que una sociedad anónima, eso
sin dudas; pero aún no son socialistas en sentido estricto. El tercer
principio es el ser libertario. Eso hace alusión a la libertad que confiere
para copiarlo, distribuirlo; es decir, la libertad de disposición del
software. Pero eso es la libertad de la estatua de la Libertad y no es la
libertad que nosotros entendemos que debe construir la revolución.

Ahora bien, para que el software libre sea verdaderamente revolucionario debe
incorporar un cuarto principio, y es que debe ser anti explotador. Para ser
revolucionario el software libre debe romper con las relaciones productivas de
explotación. Es decir: quien produce el software es el que tiene que quedarse
con la plusvalía. Tener software libre sólo un instrumento tecnológico, eso
sólo no es revolucionario. Lo sería si realmente contribuyera a romper las
relaciones de explotación. Cabe la pregunta entonces: como instrumento
tecnológico el software libre ¿qué ideología tiene? ¿Es capitalista o
socialista? Ningún instrumento en sí tiene ideología; ella está asociada a la
forma como se produce. Internet, en sí mismo, no tiene ideología; pero se la
puede usar para alienar o para democratizar la información. Una ametralladora
se la puede usar para liberar un pueblo, o para defender la soberanía; pero
también se puede usar para asaltar un banco. De igual modo, el software libre
no tiene una ideología determinada, pero depende de cómo se lo produce y para
qué se lo usa. Si se produce bajo una relación de explotación es igual que el
software propietario. Por eso el software libre tiene que dar ese paso para
transformarse en un instrumento que sirva a la liberación, saltar sus
versiones corporativas o socialdemócrata, que no pasa de un reformismo que
siempre sigue en el ámbito del mercado. También el anarquismo se ha inscripto
en el software libre; pero eso podría homologarse a los hippies del software.
No pasan de ser islas en el campo de la informática que, a lo sumo, regalan su
trabajo; pero esas islas perdidas no alcanzan para un cuestionamiento de
fondo. Lo importante es cómo romper las relaciones de explotación establecidas
en la sociedad. ¿Qué estamos proponiendo ahora, en el Estado, dentro de este
período de transición hacia el socialismo? Pues que las contrataciones que
tengan que ver con software libre se hagan con cooperativas de programadores.
Al menos que así la plusvalía quede distribuida de una manera más democrática,
y no contratar con empresas capitalistas. Para que el software libre sea
verdaderamente libre tenemos que romper con las relaciones de explotación. La
única manera para que exista equidad en la sociedad es que no exista explotación. 
-- 
Diego Saravia 
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