[Solar-general] meritocracia cientifica en la picota
Diego Saravia
dsa en unsa.edu.ar
Dom Mar 23 21:30:53 CET 2014
23 mar 2014
John Bohannon engañó a más de 150 revistas especializadas en ciencia.
O, mejor dicho, estas revistas se dejaron engañar. Es que este
periodista de Science envió una falsa historia sobre las propiedades
anticancerígenas de una molécula extraída del liquen. Su objetivo era
comprobar cómo el sistema editorial carece de criterio de selección y
que, motivados por fines económicos, se publican investigaciones que
adolecen de fiabilidad.
En total su paper con datos, nombres y direcciones falsas llegó a 304
revistas. Pero solo recibió una respuesta afirmativa de más de la
mitad. A simple vista la investigación firmada por Ocorrafoo Cobange
(nombre ficticio), oriundo de Amsara (ciudad también ficticia),
cumplía con los protocolos básicos de formulación. Aun así, las
críticas que recibió de quienes aceptaron la publicación fue meramente
sobre aspectos estilísticos y ninguna tuvo a bien cuestionar la
veracidad de la información. No hubo una que haya recurrido al pilar
fundamental de la divulgación científica: la replicabilidad (significa
dar los datos del experimento para que pueda ser comprobado por
cualquiera que siguiera esos pasos).
La idea de Bohannon no es nueva. Fue una recreación de lo que hizo en
1996 el físico Alan Sokal, quien engañó a una revista de ciencias
sociales con un artículo pseudocientífico. Pero, ¿por qué insistir en
este tema? Las publicaciones en revistas científicas son parte
fundamental del currículum de presentación de un científico. En cierta
medida, el apoyo económico que recibe un académico para sus
investigaciones responde a la cantidad de trabajos difundidos
internacionalmente.
"Hay una industrialización que conspira contra lo cualitativo", dice
Judith Sutz, coordinadora académica de la Comisión Sectorial de
Investigación Científica de la Universidad de la República. "Hoy se
prioriza la cantidad (de publicaciones de un científico) sobre la
calidad".
Se dice que no hay ciencia sin divulgación. La publicación de una
investigación nueva siempre es un aporte a la comunidad científica y
una forma de darse a conocer. Sin embargo, explica Sutz, hay una
tendencia hacia publicar "para no quedar afuera" del sistema. Salvo
los genios, dice, "es muy difícil que alguien efectivamente esté
aportando al conocimiento si publica muchos resultados en forma
seguida".
Pero no hay que generalizar. Así como más de 150 revistas aceptaron
publicar el paper inventado por Bohannon, casi la misma cantidad se
negó. Incluso algunas de las editoriales que cobran por la revisión y
validación de la investigación (y luego venden la suscripción a unos
mil dólares anuales).
Para Sutz es muy difícil que un científico uruguayo "se divierta
haciendo experimentos falsos". ¿Por qué? Hay poco tiempo, pocos
recursos, malas condiciones estructurales y salariales en relación a
las grandes universidades del mundo como para poder quejarse de la
"perversidad del sistema".
La cantidad de publicaciones uruguayas se duplicó desde 2004 a 2013
(pasó de 495 a 1052), según los registros de Scopus (una de las
mayores bases de datos bibliográficos y artículos científicos a nivel
internacional). Los temas relacionados con las ciencias básicas siguen
siendo los que más fondos y difusión consiguen, aunque, explican los
especialistas, el resto de las disciplinas se están acercando; sobre
todo el área médica y agraria.
Este número, coinciden los catedráticos, es significativo, pero más
llamativo es el incremento en la cantidad de investigadores (lo que
refleja el crecimiento de las publicaciones). "A la salida de la
dictadura había unos 40 en el país, ahora hay más de 1000", explica
Omar Macadar, presidente de la Agencia Nacional de Investigación e
Innovación (ANII).
Y hay más. "Uruguay pasó a ser citado por otros investigadores por
fuera de lo que se publica en exclusiva", comenta Macadar. Por eso, y
aprovechando que la inversión en ciencia aumentó en unos 90 millones
de dólares en los últimos dos años, se plantea la creación de revistas
científicas nacionales accesibles a todo público.
Ya existe el portal Timbó. Es de libre acceso, aunque requiere un
registro gratuito ante la ANII. "Es Estado invierte dos millones de
dólares anuales para solventar este proyecto", recuerda el presidente
del organismo.
Pero "vale la pena el esfuerzo", dice. "Queda demostrado con el
experimento de este periodista que el futuro son los portales de
acceso libre".
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Diego Saravia
Diego.Saravia en gmail.com
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