[Solar-general] Fabula
Diego Saravia
dsa en unsa.edu.ar
Jue Jul 28 16:49:17 CEST 2011
http://www.youtube.com/watch?v=4ga1XeJSYD0&feature=view_all&list=PLEAE379B055091BD5&index=0
El día 28 de julio de 2011 08:07, Pablo Manuel Rizzo
<info en pablorizzo.com> escribió:
> Una fábula invernal
>
> Nosotros, ahora, vivimos donde queremos. A orillas del mar o de los
> ríos, en la montaña o en el campo, en las grandes ciudades diseminadas
> por este continente sin fronteras ni muros. Los únicos muros son los
> de nuestras casas, altas o bajas, amplias o estrechas, ubicadas donde
> nos place, donde las ocupamos o donde nos lo sugiere el Colegio.
>
> No hay, ya, en toda la Tierra, más de algún centenar de millones de
> personas, un número extraordinariamente bajo para los setenta y siete
> mil millones que habíamos llegado a ser antes de las últimas pestes.
> Como nos lo ha explicado el Colegio, los que sobrevivimos éramos los
> mejores, los de más alta calidad.
>
> Las pestes, se sabe, atacaron siempre a los seres humanos; a veces, a
> los que llamaban animales, antes de que desaparecieran; casi nunca a
> objetos inanimados. Durante los pasados milenios, los medios
> electrónicos se de-sarrollaron de manera admirable; jamás al extremo
> de llegar a vivificar casas y habitaciones, así que éstas
> permanecieron intactas. Hay que higienizarlas con espumas médicas,
> pero nada más. El mobiliario, los enseres, los utensilios, están
> impolutos y libremente disponibles. No necesitamos buscar los barrios
> cerrados para vivir con tranquilidad, según dicen que hacían los
> antiguos; ahora, el planeta entero es un barrio cerrado. Para los
> mejores.
>
> Nos proveemos directamente del mar, donde han sido salvados por
> completo los peces, mariscos, crustáceos, y de la naturaleza terrestre
> que excede con sus alimentos lo que podamos pretender. Cuando hay un
> diferendo, los delegados del Colegio lo zanjan, siempre por medios
> electrónicos, jamás personales, y proseguimos sin dificultades.
>
> No tenemos negocios, economía, clases sociales, ni siquiera sociedad.
> Nadie se entromete con nadie, cada uno obtiene lo que necesita a
> diario, y gracias a ello todo funciona bien. Alguna vez, en la
> generación de mis abuelos, aparecieron ciertos personajes extraños,
> tan extraños como para llegar a sostener públicamente que éste era un
> paraíso de zombis, pero esos dichos fueron inmediatamente acallados
> por el Colegio, y se supone que los personajes extraños también.
>
> Otra de las ventajas de que gozamos es la de tener tantos bienes a
> nuestra disposición, por lo cual, se asegura, no habrá necesidad de
> trabajar, al menos durante los próximos cien o ciento cincuenta años.
> Es preciso consumir buena parte de lo que hay, porque la acumulación
> de riquezas fue tanta que por estos días podrían terminar
> aplastándonos. Para evitarlo, sostenían nuestros primeros
> sobrevivientes, fue creado el Colegio: para administrar esa inmensa
> fortuna, para que no nos aplaste. Como lo hizo la peste.
>
> El Colegio es así de atento, así de magnánimo, y se ocupa sin ningún
> interés egoísta en nuestra suerte. Está integrado por médicos,
> ambientalistas y expertos en número no conocido, que se reúnen en
> lugares no conocidos. Lo que sí se conoce son sus decisiones, sabias y
> ecuánimes, aceptadas con el mayor beneplácito en cualquier parte
> habitada del orbe. Todos las respetamos y nadie imaginaría
> transgredirlas. El es impersonal, es inmaterial, es justo.
>
> Una ventaja adicionada es la de tener esta lengua única, a la que
> normalizan de modo permanente los puntos ópticos, a lo largo, lo alto
> y lo bajo de este mundo también único. Puesto que hoy no quedan
> extranjeros en ningún lugar (mejor dicho: todos los somos), la medida
> de la unificación de las lenguas, como siempre las del Colegio, ha
> sido sabiamente asumida y unánimemente aceptada. En realidad, dicha
> norma fue adoptada al cabo de una milenaria práctica verbal que
> condujo casi naturalmente a ella, y no hizo más que consagrar el
> estado de interpenetración y deformación al cual, con el uso, las
> anteriores lenguas arribaron. Parece ser que la degeneración de todas
> llevó a la feliz reconstitución de una. En fin, a veces nos animamos a
> pensar que quizá no sea una lengua, sino la suma y condensación de
> todos aquellos desechos...
>
> Algunos creen, admitimos, sin decirlo en voz alta, que este lenguaje
> único ha empobrecido nuestro pensamiento, nuestra cultura, nuestro
> porvenir como humanidad. Pero tal vez no sea justo opinar así, porque
> la unificación y normalización de la lengua han logrado que todos nos
> comuniquemos con suma facilidad, lo hagamos con señales simples y
> claras, sin las ambigüedades y falsedades que, dicen, volvían antes
> tan complejas las relaciones, causaban malentendidos, conflictos
> inmensos, peleas inútiles, revueltas. Asimismo, aquellas nociones y
> temores son tan remotos que dudamos si acaso nuestra inteligencia
> alcance a pensarlos. Y se hacen, además, improbables. Como todos
> concordarán voluntariamente, éste parece ser, bueno o malo, el
> porvenir. Improbable, suponemos entonces, que haya algún otro.
>
> Puesto que, según nos informan, los pocos que habitamos hoy el planeta
> tenemos la misma piel y casi los mismos rasgos, ello evita la
> incomodidad de la existencia de diferentes pueblos, de diferentes
> razas, de diferentes costumbres y gustos y deseos. Los deseos, por
> otra parte, son escasos: el del descanso y la observación. Caminamos
> mucho; jugamos y practicamos deportes individuales como el alpinismo,
> el remo, la natación; llevamos una vida distendida y sana. Apenas nos
> relacionamos entre nosotros y menos aún entre los diferentes sexos;
> desconfiamos, sobre todo, de las virtudes de la reproducción y de su
> sentido.
>
> Es comprensible que el Colegio jamás hable del futuro. Sólo alude al
> presente, a lo inmediato, a las medidas que hay que disponer para
> salvaguardar algún bien o algún territorio. Pero nada más. Desprecia,
> y nosotros con él, las cavilaciones de los antiguos sobre el mañana,
> sobre el destino. Justamente, por eso tampoco hablamos mucho del
> pasado. Porque es demasiado confuso y difícil de discernir. Y, es
> cierto, nos enseñaría poco: sabemos a dónde llegamos, ¿qué más vamos a
> aprender de él?
>
> No hay, así, una idea acabada de nuestra larga historia, como faltan
> interés y sitios para conocerla. Entre tantas cosas que, cuentan,
> había, quedan por ahí guardados esos miles de libros o lo que dicen
> nuestros mayores que fueron libros. Ya eran poco leídos antes de las
> grandes pestes, en la época de la biblioteca universal gratuita, pues
> todo proliferaba en virtuales, tablillas, nuevos vehículos, pantallas
> y autopistas de información. Además, estaban escritos, la mayoría, en
> lenguas que no conocemos; poquísimos en las que dieron origen a la
> nuestra y, en la nuestra, ninguno. No los extrañamos, ¿qué podrían
> decirnos ellos que no supiéramos? De todas formas, no hay cosa que se
> nos ocurra saber que no esté en los puntos ópticos. Y éstos se
> encuentran por todos lados, al alcance de la mano. Lo que es una
> manera bien directa de decirlo: muchos pobladores los llevan
> implantados en su propia mano.
>
> Así estamos bien y vivimos en paz. Somos todos, ahora, habitantes
> magníficos, reconocidos y con plenos derechos de este País de Armonía
> y Felicidad. Aunque ni siquiera tiene ya mucho sentido llamarlo de tal
> modo, puesto que somos lo único que hay sobre la vasta Tierra y
> algunos de sus otrora poblados satélites. También en eso se
> confundieron aquellos sabios y libros antiguos: los que sobrevivimos,
> no lo fue porque éramos los pueblos más valiosos del mundo; éramos, en
> verdad, más valiosos que el mundo.
>
> Conocemos que en otras épocas hubo filósofos, poetas, artistas. En el
> presente, nos basta la contemplación del espacio y ciertas melodías
> que vamos extrayendo e imitando de él. No puede decirse que seamos
> desgraciados. Pocas cosas nos están vedadas: las armas, la fotografía,
> las grandes reuniones, el desorden. No nos falta nada y hacemos lo que
> deseamos; si lo queremos, nos vemos con quienes queremos; vivimos esta
> circunstancia que nos tocó, como debe de haber vivido la especie desde
> el origen la suya: con entusiasta resignación.
>
> De tanto en tanto, al asomar el atardecer, sentimos un poco de sueño
> (que otros llaman tristeza), pero con algunas notas de música nos
> sobreponemos.
>
>
>
>
>
> Por Mario Goloboff *
> * Escritor, docente universitario.
>
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> Pablo Manuel Rizzo
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