[Solar-general] Avatar

Pablo Manuel Rizzo info en pablorizzo.com
Dom Ene 31 18:29:00 CET 2010


Excelente crítica

Avatar político Criticada por el Vaticano y por China y elogiada por Evo
Morales, la exitosa película de Cameron dispara reflexiones tanto políticas
como éticas y estéticas que permiten una mirada que cruza los diferentes
planos significativos.
Por Horacio González

 Avatar fue criticada por el Vaticano y por China, elogiada por Evo Morales
y los críticos de la nueva minería transnacional. ¿Todo esto provoca o
admite este film, que en poco tiempo más –obvio– será multipremiado por
Hollywood? ¿Cuál es el tema de Avatar? Es la vieja tesis de que toda
metamorfosis es la forma más delicada del espíritu. Es lo que implicaría su
verdadera dimensión ética. Metamorfosis mística entre la naturaleza vegetal,
los animales y los hombres. Y amalgama entre todos los hombres, de la
estirpe que fueran. ¿Qué agrega el director de la película a esta
cosmología? La bienvenida metamorfosis entre la vida humana y su réplica
tecnológica. Videojuegos denominados Second Life y otros del mismo género
están en la mente de Cameron, el director.

Sólo que en Avatar hay muchos más planos significativos. En cuanto a las
artes de la interpretación actoral, cambia totalmente la raíz del antiguo
oficio. Queda sometida la actuación a un proceso también de metamorfosis.
Entre la gestualidad dramática y el dramatismo tecnodigital. Se sustituyen
así las teorías de la acción dramática que inauguraron el siglo XX y que
originaron la diversidad de identidades actorales que conocemos. ¿Están en
peligro luego de Avatar? No, porque, a su vez, el film se basa en las más
conocidas mitologías narrativas, base de todas las teorías actorales,
atrayéndolas momentáneamente a la nueva industria del cine digital. Nada
nuevo bajo el sol (el que ilumina nuestros pobres asuntos terrícolas).

Otro avatar más del film: el misticismo naturalista que lo impulsa no parece
contraponerse a la tecnología, sino que podrá ser un capítulo posterior de
ella. O bien, se insinúa que mantendrá con ella una relación circular,
complementaria. Lo que se narra es una lucha entre civilizaciones guerreras,
una de ellas cazadora, que viaja montada en grandes pájaros de reminiscencia
prehistórica como en las películas de Walt Disney. (Se ve una escena de caza
a simulacros de rinocerontes diseñados oníricamente. Sangre,
inverosímilmente, hay poca.)

El héroe lo es por igual de las dos civilizaciones, la técnica y la mística,
que se transfunden. En un caso, el héroe soldado deja entrever un destino a
autoinculpación del cual saldrá el salvataje de la cultura técnica
planetaria. Y por otro, el mismo héroe desdoblado, pero ahora extranjero, se
suma a la lucha ajena descubriendo en sí destrezas de redención. Ambos
héroes practican una fusión mística. Mueren juntos, en una suerte de
cristianismo bífido que no deja de ser interesante, una suerte de doble de
Cristo rápidamente borroneado. Herético, desde luego. A Ratzinger no le va a
gustar, claro. Pero se equivoca el Vaticano al ver todo eso poco teológico.
Son las altas devociones profanas del cine norteamericano progresista.

Las tecnologías de guerra son presentadas como remedos monstruosos,
zoomórficos, carros de guerra que de tan fantasiosos parecen griegos o
romanos (obvio: siempre en la Ilíada suenan mejor estas cosas), pero hay
detalles que permiten entrever que los pueblos agredidos desde sus místicas
danzas power flower, no dudarán en utilizarlas (de hecho, lo hacen en el
combate).

Sin duda, es una película con un viejo argumento teológico-político, pero de
tono menor respecto de Solaris o Blade Runner, para mencionar dos proyectos
considerados de ciencia ficción que contienen genuinas vetas filosóficas. Si
se quiere, es mediocre lo que presenta Cameron (aunque no hollywoodianamente
hablando) frente al mundo metafísico de la ciencia ficción de Tarkovsky o lo
que hizo Ridley Scott con las novelas de Philip Dick. Esas llevan a la
verdadera refundación ética de lo humano luego de un pasaje por otro
“avatar”, si se quiere más interesante: el fracaso de la fabricación de
bellos semidioses asesinos que quieren volver a ser humanos.

No le restamos mérito a la escritura digital expresionista del film de
Cameron. Pero no es tan novedoso el factor tridimensional, ni mucho menos lo
es la hipótesis del hombre prometeico que sucumbe al no respetar la
sacralidad de la naturaleza. En toda su expresividad está en el Fausto de
Goethe (¡qué decimos!), proveniente de la Metamorfosis de Ovidio. Filemón y
Baucis, que son también arbolitos sacros, son sacrificados ante el espíritu
fáustico industrialista, en sobrecogedora escena. Ahora, el coronel de ese
ejército que pinta Cameron, burdamente tratado, es un pobre agente de las
empresas multiplanetarias de minería. No hay naciones definidas en Avatar,
hay vil experimento humano, aunque sea bajo el aspecto de una negociación
(al principio) con los nativos de otro planeta. El coronel Kilgore de
Coppola en Apocalipse Now –que remotamente inspira a Parker, el de Avatar–
es infinitamente superior, pues en su condición caricaturesca, conserva un
lúgubre y dolorido patetismo. Por no hablar del coronel Kurtz, donde se dan
cita todas las líneas de ruptura del relato occidental. No hay que olvidar
que a este crucial personaje (en donde se resumen todos los manierismos
actorales de la mágica baulera de Marlon Brando) lo encontramos en
Apocalipse Now leyendo un poema de Thomas Elliot. Ahora que los canales
públicos vuelven a pasar como verdadera “replicante” de Avatar a Apocalipse
Now, surgen las enormes diferencias artísticas.

Es que Coppola se inspira en Elliot, que a la vez conduce a Joseph Conrad,
luego a La rama dorada, de Frazer, y por último a un libro revelador de la
crítica literaria, From ritual to romance, de Jessie Weston, que en 1920
examinó la importancia de las leyendas del rey Arturo en la configuración de
las mitologías narrativas de Occidente. Todos ellos son objetos de un grácil
metalenguaje en el film y aparecen en una toma de la película de Coppola
como un pilón de libros abandonados en la recámara de Kurtz. Un absoluto
gesto de retroalimentación entre cine y literatura. Ese sí es un avatar, una
carnosa metamorfosis.

La reciente recreación de Apocalipse Now en la novela de José Pablo
Feinmann, Carter en Vietnam, se hace en nombre de seguir examinando la
decadencia del propio lenguaje de la sociedad norteamericana, su ejército y
sus industrias culturales. En el último número de la revista Los
inrrokuptibles, un buen artículo sobre Avatar indica que en una de las
escenas, donde el ejército bombardea un árbol totémico, se reproduce la
caída del World Trade Center. Conclusión: “Hace asumir al ejército
estadounidense la responsabilidad del 11 de septiembre”, además de otras
vergüenzas profundas, esta vez por las culpabilidades ecológicas.

Como se ve, el film de Cameron parece representar una universalización
política, de raíz humanística, en la discusión sobre las relaciones del
hombre con la naturaleza. Surge evidente, además, la crítica a los medios
militares-corporativos de destrucción de las fuentes de vida planetaria. Hay
que agregar, sin embargo, que la “salvación” proviene del propio Imperio y
su poder autocrítico, minoritario, pero efectivo. Un poder
científico-cinematográfico.

Es que Avatar proviene en particular del nuevo giro científico y
representacional de su industria cinematográfica. Su relato no es sino una
fábula sin la calidad aristocratizante que tenía la radical crítica de
Coppola a la historia devastada. Cameron hace predominar demorados remates
finales calcados del viejo western y se deja ganar por las connotaciones de
una love story que promete un retorno humano al planeta que los derrota, una
mejor negociación entre las corporaciones mineras-militares, la ciencia que
creó los hombres-avatar y las poblaciones nativas.

No sabemos por qué China la prohíbe; nada justifica una prohibición ni ésta
puede entenderse cabalmente. Que Evo Morales la recomiende como una
reflexión oportuna sobre la Madre Tierra nos parece muy comprensible. Esta
gran figura del presente momento boliviano une la digna densidad de su
antropología política con un candor novedoso, en un modelo de reconstrucción
del lenguaje político inhabitual, desafiante e inspirador.

Sin embargo, siempre queda en pie el problema de estos films surgidos del
guionismo y la nueva “gnosis tecnológica” de las grandes producciones de un
sector del capitalismo informático liberal, que agita mitologías y
meta-leyendas surgidas de la propia historia del cine norteamericano, con
profesionalismo enraizado en una historia del relato industrial-cultural muy
evidente. Pero sin realizar esfuerzos como el que en su momento, en plena
década del ’70, iluminó a Apocalipse Now. Evidentemente, es necesaria una
nueva cinematografía que esté al nivel de las discusiones mas profundas de
nuestras sociedades. Desde luego, no la representa Avatar.

Link a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-139335.html


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Pablo Manuel Rizzo
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