[Solar-general] “Las mujeres nunca han sufrido tanta violencia doméstica como en la Modernidad”

Pablo Manuel Rizzo info en pablorizzo.com
Lun Feb 8 11:03:55 CET 2010


RITA SEGATO, ANTROPOLOGA ARGENTINA, INVESTIGADORA Y DOCENTE EN LA
UNIVERSIDAD DE BRASILIA

“Las mujeres nunca han sufrido tanta violencia doméstica como en la Modernidad”

La investigadora argentina, residente en Brasil, señala que la
sexualidad en estos tiempos ha sido privatizada, lo cual, según su
concepción, es un error porque “muchas veces lo sexual es político, es
bélico y no sexual”. “Las leyes contra el aborto –puntualiza– no son
capaces de controlar a las personas que se lo practican.”

Por Mariana Carbajal


–Usted viaja mucho. ¿Por dónde anduvo últimamente antes de llegar a
Buenos Aires?

–Una vez por mes viajo a un país distinto. En 2009 estuve en Chile,
Perú, México, El Salvador, tres veces en la Argentina. Y recién vengo
de Qatar.

–¿Qatar? ¿Qué la llevó a hasta allí?

–Me invitó la Fundación Qatar, equivalente al Conicet argentino pero
con fondos cuantiosos, para participar de una reunión cumbre sobre
educación. Invitaron a mil personas, entre ellas a los inventores de
Facebook y Twitter, para discutir cómo se puede promover la educación
en un país tan curioso en el que una persona que no trabaja, porque no
quiere o no consigue empleo, tiene un seguro de desempleo de 3000
dólares por mes. Todos los habitantes son ricos por vivir ahí. Es un
pedazo de tierra en el desierto, pero tiene el mayor ingreso per
cápita del mundo porque nada en la abundancia del gas natural y del
petróleo. Nunca vi ni de lejos en Europa ni en Estados Unidos la
afluencia que vi en Qatar. Es muy impresionante, pero no
necesariamente lleva al país en el mejor camino.

–Hablando de educación: hace poco más de una década usted impulsó un
proyecto para incorporar un cupo en las universidades públicas para
estudiantes negros. ¿Cuál fue el resultado?

–Lo más importante fue que en Brasil se tuvo que empezar a hablar de
racismo. Hoy en día, ya son noventa las universidades publicas, entre
federales, estaduales y municipales de todo el país, que adoptaron
medidas de discriminación positiva. Queda siempre la presión por una
legislación federal, pero eso no es lo fundamental, lo importante es
que cundió la idea. También en las universidades privadas, ya que el
gobierno creó una estructura de subsidios para becar a estudiantes
pobres y no blancos. Y se ve por las calles, al caminar en las
universidades, en las áreas más ricas de las ciudades, en mi ciudad,
Brasilia, que es una de las áreas más elitizadas del país, donde está
el gobierno, cada vez hay más personas negras en los aeropuertos, en
los supermercados, en los espacios de la clase media. Brasil es un
país segregado de hecho, nunca lo fue de derecho.

–Le cambio de tema. ¿Por qué la Iglesia Católica se opone con tanto
fervor a la despenalización del aborto?

–Por dos razones. Leí en una nota que usted escribió que hay casi un
aborto por cada parto en la Argentina. Ese dato me confirma lo que
pienso. La discusión sobre la criminalización o descriminalización del
aborto poco tiene que ver con la práctica del aborto. Es evidente que
el aborto está criminalizado en la ley desde hace unos 90 años y eso
no significa nada. Como muchas otras, esta ley no tiene, por sí misma,
capacidad de controlar lo que las personas de hecho hacen. Es un caso
clásico de una ley que tiene otra finalidad. Sabemos que las mujeres
abortan todos los días y, tal vez, cada día más. Católicas, no
católicas, evangélicas, un día tienen una situación muy complicada,
consideran que Dios tendrá que perdonar y hacen un aborto. ¿Cuándo una
ley es eficaz? Cuando transforma la sensibilidad ética, es decir, las
ideas de lo que está bien y lo que está mal. Una ley que repite y
repite “no matarás” es eficaz si consigue convencer a las personas de
que no es bueno salir a la calle con un revólver y darle un tiro a
alguien por una cuestión de una vendetta, que ésa no es la mejor
manera de resolver un conflicto. Una persona deja de matar cuando la
sensibilidad ética se transforma, no porque está pensando que puede ir
a la cárcel. La ley no tiene un impacto de causa-efecto sobre el
comportamiento, como se piensa de una forma simplista. La ley del
aborto es un caso típico de que su eficacia es de otro tipo porque no
ha transformado y nada indica que transformará la sensibilidad ética
de las personas al punto de pensar que abortar significa cometer un
asesinato, porque no lo es. Lo que tenemos que entender es que la
discusión es sobre dos temas: por un lado, quién controla a los
legisladores, quién tiene el poder en la Nación de inscribirse en la
ley, de decir a unos señores que tienen la lapicera en la mano para
escribir una ley, que escriban la ley que les interesa. La Iglesia
entra en una competencia de autoridad con el feminismo, con las
mujeres, y dice: “Yo mando aquí todavía y voy a escribir la ley de una
forma en que mi perfil ideológico esté retratado, y voy a ganar”. El
relanzar hacia el futuro la criminalización del aborto significa
mantener la influencia. Es una guerra de influencias.

–¿El eje central de la posición de la jerarquía católica entonces no
es la defensa de la vida?

–Si le importara, la jerarquía católica estaría en otros frentes con
la misma beligerancia, defendiendo la vida. Le interesa marcar en este
momento la permanencia de su influencia en el Estado argentino.

–¿Y cuál es la segunda razón?

–La tendencia mundial de todos los credos, de todas las Iglesias, al
fundamentalismo. El territorio fue por mucho tiempo un pedazo de
tierra, propiedad directa, pero hoy los pueblos se desplazan, hay gran
movilidad, hay formas de autoridad paraestatal: la Iglesia es una
autoridad paraestatal que atraviesa territorios, es un Estado
trans-estatal. ¿Qué quiere decir? Que su dominio territorial debe
afirmarse en su dominio sobre cuerpos como territorios. Un tema
permanente en mis trabajos es la gran afinidad que existe entre el
cuerpo de la mujer y el territorio. Cuando marco con mis banderas, con
mis insignias el cuerpo de la mujer, estoy marcando su anexión a mi
capacidad de Estado transnacional. Y una de las formas de todas las
religiones y no sólo de la católica, es marcar los cuerpos siendo esta
marca omnipresente. El Islam es el que ha sido más visibilizado con
estas políticas, donde hay mujeres que tienen que usar determinado
tipo de vestimenta. Uno de los rasgos centrales del fundamentalismo es
su ansiedad por marcar con insignias los cuerpos de las mujeres. Y uno
de ellos es que las mujeres tengan muchos hijos, no practiquen
determinados actos, se vistan de determinadas maneras, adhieran a
determinada normativa, no por una razón teológica, ni doctrinal ni
moral, sino por una razón territorial.

–¿Cuáles son los puntos de encuentro entre el cuerpo femenino y el territorio?

–Lo que da los puntos de encuentro son las prácticas. Muchos han dicho
que en las visiones culturales, la mujer siempre está asociada a la
Naturaleza, es el gran útero, la Madre Tierra, se la vincula con una
cierta pasividad de la Naturaleza frente a la acción del Hombre. Yo no
hablo de la tierra, me refiero al territorio en sentido político. Las
prácticas guerreras muestran la manera hegemónica de entrar el cuerpo
de la mujer en la ideología, en la representación colectiva: siempre
tuvieron ese correlato de la conquista de un territorio, la anexión
del cuerpo de las mujeres, la inseminación por violaciones
individuales o colectivas, su esclavización para servicios sexuales.
Un ejemplo clásico es la guerra de Japón contra Corea y la anexión de
las mujeres coreanas para servicios sexuales.

–Lo mismo se puede observar en la llamada Conquista del Desierto.

–Claro, también los araucanos, antes de la propia conquista, tenían
varias concubinas. La visión patriarcal, que es la atmósfera en la
cual todavía vivimos, percibe que anexar un territorio es acceder al
cuerpo de sus mujeres como parte de su territorio, por eso hablo de
esa afinidad. Esto fue siempre así hasta ahora. Es importante prestar
atención que hubo un cambio, y ha sido para peor, porque en muchos
territorios del mundo hoy no se trata de anexar el cuerpo de las
mujeres sino de destruirlo. Este es un fenómeno muy nuevo. Claro que
era destructiva y espantosa la violación del cuerpo de las mujeres, en
una atmósfera patriarcal en la cual se entiende que cuando yo violo a
la mujer del enemigo, yo reduzco a mi enemigo moralmente, por eso es
tan potente el crimen sexual, y se entiende en una agresión al otro.
Pero es una agresión a la mujer como persona y sin embargo, no se ve
así. Tanto no se ve así que en diversas partes del mundo, en Colombia
paradigmáticamente, y ahora también en la Argentina y en Perú, se está
comenzando a descubrir que en todas las agresiones a las mujeres por
parte de grupos paraestatales o durante los gobiernos dictatoriales,
el tratamiento dado a las mujeres ha sido silenciado. Los protocolos
de la investigación de la Medicina Legal para el análisis de lo
ocurrido en esos cuerpos no incluyen preguntas sobre la especificidad
de lo que les pasó a las mujeres. En Colombia están exhumando fosas
comunes, de las varias guerras que atravesaron su territorio en
décadas; aunque la crueldad ejercida sobre el cuerpo de las mujeres
tuvo especificidades sexuales no está registrado. Y esto es lo
importante. Porque se considera equivocadamente que eso que aconteció
ahí entre el verdugo y su víctima fue de orden sexual y yo afirmo, y
creo que es fundamental que nosotras lo afirmemos fuertemente, que eso
no es de orden sexual, es de orden bélico, sólo que la forma de
agresión se da a través de la sexualidad, se da en los genitales y con
genitales. Lo dejan afuera, no lo cuentan, porque lo consideran del
ámbito de lo íntimo.

–De lo privado...

–Exacto. Ese es todo el tema de la Modernidad, que se privatiza
completamente lo sexual. Las mujeres nunca han sufrido tanto violencia
doméstica como en la Modernidad porque se ha privatizado completamente
lo sexual, que es un error, porque ahí lo sexual es político y es
bélico, no es sexual. Si el patriarcado no fuera la red de
significados y sentidos en la que estamos presos, la sexualidad no
tendría ninguno de los significados que tiene entre nosotros. Por
ejemplo, no tendría el sentido de la desmoralización del otro. Lo que
las mujeres debemos defender es que la sexualidad ejercida de esa
forma lastima, duele físicamente. Pero la lastimadura moral resulta
del orden de la atmósfera del aire patriarcal que respiramos y coloca
en la intimidad esa agresión que duele y que es simplemente una
agresión como si me dieran una cuchillada, como si me dieran un
balazo. Se pierde toda la dimensión del dolor, que es la más
importante de todas. Y se lo privatiza y se coloca esa agresión en el
orden de la moralidad. Entonces, no se habla. Las mujeres indígenas
peruanas y guatemaltecas, por ejemplo, que han sufrido agresiones
sexuales feroces, que han derivado en muchos casos en embarazos, no
pueden hablar de esto porque están aprisionadas en el orden moral
sexual. Uno de los grandes esfuerzos es retirar la sexualidad de la
moralidad, separarla. Eso sería un tiro de gracia en el poder
patriarcal. Cuando se agrede sexualmente a sus mujeres, se las
desflora por violencia, el corazón del enemigo se reduce, porque el
enemigo también es hombre, y es un defensor de la regla patriarcal.
Hay una autora hindú que se llama Veena Das, que escribió un artículo
sobre la crueldad en las guerras de la separación de India de
Pakistán. Infelizmente no lo analiza desde una perspectiva de crítica
al patriarcado, pero muestra cómo la destrucción de esa guerra también
fue una destrucción en el cuerpo de las mujeres. Si hasta el presente
fue la anexión del territorio, anexión del cuerpo de las mujeres,
inseminación colectiva, esclavización sexual de las mujeres como el
máximo trofeo de la victoria, como un cazador pone los ciervos en la
pared, hoy hay todavía una vuelta de tornillo para peor en ese proceso
que consiste en la destrucción y eliminación por tortura del cuerpo de
las mujeres hasta la muerte en muchos escenarios del mundo, en Congo,
Guatemala, México, El Salvador. Esa destrucción es una novedad.

–¿La saña aumentó?

–Antes el abuso era la saña. Hoy es saña que lleva a la muerte por
destrucción del cuerpo.

–¿Y se da sólo en contextos de guerra o en otros también?

–Para que la definición de crímenes de guerra sea eficaz para defender
a las mujeres, la noción de guerra tiene que ser modificada.

–¿En qué términos?

–Las guerras no son más convencionales. El mundo tiene una cantidad de
escenarios guerreros impresionantes, que no son definidos de la forma
clásica. Las guerras de maras, de gánsters, tribales, de los
paraestados contra poblaciones disidentes, acciones paraestatales
policiales permanentes y legitimadas para los no blancos, los
marginales, los drogadictos, el peligro musulmán en Europa. Es
necesario reformular este nuevo tipo de guerras que son no
formalizadas por uniformes, por estandartes y sobre todo por formas
marcadas y definidas de victoria o de derrota. En una guerra
convencional además de la uniformización de los dos ejércitos hay
convenciones muy claras de cómo se venció, como son los rituales de
victoria, de derrota, de pacto final. Como las guerras hoy son difusas
y no están definidas, algunos las llaman de tercera o cuarta
generación, lo que está ocurriendo con las mujeres es una forma de
documento donde se escribe un momento de victoria. También lo que pasa
es que la victoria en estas guerras no convencionales es efímera.

–La antropóloga mexicana y ex diputada federal Marcela Lagarde
sostiene que las muertes y desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez
no son un fenómeno excepcional, sino que se repite en otros países
como Guatemala y España, e incluso la Argentina, donde se repiten los
asesinatos de mujeres por el hecho de ser mujeres. ¿Comparte esta
visión sobre los feminicidios?

–Hay dos posiciones en relación con los feminicidios. Es muy
complicado porque no se han desarrollado todavía los foros suficientes
como para discutirlas. En realidad, son dos estrategias diferentes.
¿Qué significa que una mujer muera por el solo hecho de ser mujer? La
definición que toma Marcela Lagarde es la de Diane Russell, que vive
en Estados Unidos, pero es sudafricana, el lugar donde se cometen más
violaciones en el mundo. Russell muestra a las mujeres usadas en la
pornografía y llevadas hasta la muerte en algún tipo de snuff movies,
mujeres asesinadas por sus maridos, todas las mujeres que mueren en
una frontera de género. Marcela sigue un poco este camino, es decir,
el feminicidio engloba a todas las mujeres que mueren en una frontera
de género. Como dice ella: “Para el género no existen tiempos de paz”.
La producción más interesante en el feminismo está en la actualidad en
redescubrir un camino no occidental para las mujeres. El Occidente
moderno es el que peor trata a las mujeres, no importa cuánta ley de
derechos humanos o de legislación pro mujer pueda un país producir.
Algo está pasando porque algo está fallando severamente en el camino
occidental y moderno estatal. Entonces, hay una visión del feminicidio
que engloba todas las muertes que ocurren en esta frontera de género,
en incremento en el avance de la modernidad. Y hay otra visión que
cierra, focaliza, en cierto tipo de agresiones que tiene que ver con
la destrucción del cuerpo hasta la muerte, en un escenario bélico
nuevo. Yo trabajo en esta última línea.

–¿Por qué?

–Es cierto que la mayor parte de los asesinatos de mujeres ocurren en
el espacio doméstico. El propio Estado moderno produce conyugalidad
moderna. Tengo una estudiante que terminó su doctorado ahora. Su tesis
es sobre la invención de la solterona. Se trata de cómo a medida que
se moderniza el Estado brasileño –esto ha sido un proceso mundial, hay
estudios para el Islam también–, se van creando mecanismos en que se
fuerza a las familias a obedecer un patrón de conyugalidad moderno,
privatizado, la familia conyugal cerrada, íntima, privada. Lo
doméstico se privatiza. Surgen las ideas sobre las solteronas que nos
parecen que son naturales, de que estar solo y no casarse es
patológico, se genera un gran terror frente a ser solterona. Fue una
política clara, a través de las revistas de aconsejamiento, las
novelas, la literatura, que impusieron una imagen de mujer soltera
como anómala, portadora de una incapacidad o enfermedad psicológica.
Mi estudiante lo demuestra. Es muy interesante su tesis. En esa
conyugalidad se van creando formas propias de violencia que son muy
grandes, porque se rompen todas las formas de solidaridad entre las
mujeres, que existían en un espacio doméstico de otro tipo, no
conyugal privado propio de la modernidad, que es el espacio indígena,
islámico doméstico, la familia compleja. Hoy la mujer vive su soledad
en el espacio doméstico y nadie lo sabe. El avance de la Modernidad
fue creando formas de vulnerabilidad de las mujeres y fue creando las
leyes para esa forma de vulnerabilidad.

–Los asesinatos de mujeres que ocurren en lo doméstico, ejecutados por
su pareja o su ex pareja ¿se deben definir como feminicidios?

–El problema es que si a esos crímenes se los llama feminicidios será
dificilísimo hacer entrar esa categoría en la legislación
internacional de derechos humanos. La lucha de llevar el feminicidio a
la categoría de un tipo de genocidio hacia la mujer tiene que pasar
por algo que es la despersonalización de esos crímenes. Un violador de
calle, desconocido, del tipo serial, tiene una motivación de orden de
género evidentemente: su género le impone un mandato de apoderamiento
y posesión del cuerpo de la mujer, de ser capaz de mostrar que puede
usurpar la sexualidad femenina. Eso es genérico. La mayor parte de los
hombres controla el mandato genérico o lo ejecuta por vías que no son
cuadrables en la ley como violación. La extracción del tributo
femenino, como si fuera un impuesto de las mujeres, para construir su
masculinidad, el violador la realiza de una forma particular, que
atañe a su biografía personal. El “pater familias”, el hombre que es
dueño del ámbito privatizado que es la esfera familiar, va a realizar
su mandato de posesión de aquella esfera y de los cuerpos que en ella
habitan de una manera personal, con su autoridad ejercida de la manera
que la ley permite o, en unos casos, va a exceder la ley y va a
ejercer su autoridad de una manera que la costumbre lo permite, que no
es lo mismo. Pero en todos los casos tenemos la personalización de la
manera en que se realiza el mandato de género. Es un mandato genérico
realizado de acuerdo con las características de biografías personales.
A un jurista que trabaja en el campo de los derechos humanos es
difícil –porque ya lo intenté– convencerlo de que esos crímenes
constituyen un genocidio, porque hay una personalización de la forma
en que se ejecuta un mandato que es genérico. Los otros asesinatos de
mujeres, los que se producen en las guerras no convencionales, en las
masacres en el cuerpo de las mujeres, en esos casos sí ocurren
solamente por el hecho de ser mujeres, porque son mujeres
desconocidas. Pensemos en un ejemplo. Un hombre piensa: “Voy a agarrar
a una mujer del barrio tal porque está dominado por tal mara y al
destruir su cuerpo mostraré que sus grandes cabecillas no tienen
capacidad para defender a las mujeres que viven en su territorio”.
Punto. Es una relación política y bélica. Ahí sí hay feminicidios.
Otro ejemplo: en las destrucciones vaginales que se observan en las
guerras tribales del Congo, que son continuaciones de las guerras de
Ruanda, podríamos mostrar dos cosas: que se trata de muertes de
mujeres sin relación con biografías personales; y en muchos casos,
como en Ciudad Juárez, estoy convencida de que los hombres que
ejecutan esa destrucción no la harían si no fueran miembros de bandas
que los presionan y los obligan a llevar adelante actos letales contra
el cuerpo de las mujeres. Son presiones políticas del bando de género.
Cuando marcamos una diferencia entre esos dos tipos de crímenes de
género hacemos algo fundamental, porque obligamos a investigaciones
detalladas. Lo que se ve en Ciudad Juárez clásicamente es que la
policía dice: “Ah!! Un crimen más de género. Sí, estaba celoso el
novio, entonces la acuchilló, le sacó los ojos, le arrancó los senos”.
Cuando se ponen los crímenes de género sin detalle, en una misma
bolsa, se permite a la policía, a los fiscales, a los jueces –como
pasa con las fosas comunes, como pasó con la represión militar en la
Argentina– a no detallar qué pasa con el cuerpo de las mujeres. Todos
son crímenes patriarcales, pero necesitamos tener categorías precisas
para obligar a aplicar protocolos de investigación precisos, que es lo
que no está sucediendo. Una de las razones por las que la impunidad
continúa en Ciudad Juárez es porque no hay investigaciones precisas.

–¿No considera que es importante nombrar los asesinatos de mujeres a
manos de sus parejas o ex parejas como feminicidios a modo de denuncia
política y para evitar a mismo tiempo que se los califique en los
medios como crímenes pasionales con todo lo que esa conceptualización
conlleva? Puede haber ahí una estrategia de visibilización, más allá
de la cuestión estrictamente jurídica.

–Sí, sí, es importante mostrar la unidad de universo de estas
agresiones. Pero hay un peligro de desgaste del término. Por eso la
ley es importante no tanto en la producción de sentencias sino para
consagrar categorías, con la potencia con que la ley las sacraliza.
Cuando sacraliza una categoría la ley hace un trabajo de ir
transformando la sensibilidad ética de la gente. Hoy es una palabra
muy fuerte y mañana puede pasar a tener el mismo significado que lo
que antes llamábamos violencia doméstica.

Link a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/dialogos/21-139835-2010-02-08.html

-- 
Pablo Manuel Rizzo
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