[Solar-general] El paranoico que tenia razon
Pablo Manuel Rizzo
info en pablorizzo.com
Jue Ago 19 14:11:51 CEST 2010
En el origen de toda gran revista hay un loco. Y en casi todos los
casos es el primero en irse de la revista, peleado con todos, haciendo
honor a su fama de loco, aun cuando tenga razón. Harold “Doc” Humes no
fue la excepción: inventó The Paris Review pero fue degradado a último
pinche de la dirección (“encargado de Suscripciones y Publicidad”) en
el primer número de la revista. El no sabía nada: se enteró en el
puerto de Nueva York, cuando retiró de aduana los paquetes impresos
que venían de París. Y le dio tanta ira que arrastró los paquetes
hasta una papelería, se hizo hacer un sello que decía “Fundador: Doc
Humes”, lo estampó en la portada de cada uno de los ejemplares de la
revista, dejó los paquetes en manos del distribuidor y se volvió a
París. Dos números después ya se había ido de Paris Review, harto de
que ninguno de sus compañeros le creyera que estaba siendo vigilado
por el gobierno norteamericano.
Era el año 1953. Los miembros fundadores del Paris Review (George
Plimpton, Peter Mathiessen, William Styron y Humes) eran todos jóvenes
veteranos de la Segunda Guerra que al volver a su patria terminaron lo
más rápido que pudieron la universidad para volverse a Europa, con la
ilusión de que París fuese para ellos lo que había sido para Hemingway
y Fitzgerald en los años ’20. ¿Por qué habría de preocuparse por ellos
y vigilarlos el gobierno norteamericano? Humes había conocido y
encandilado a Plimpton y Mathiessen en los cafés parisinos, donde
jugaba por plata al ajedrez para mantenerse (en realidad malvivía de
una renta que le pasaba su padre) y trataba de reunir fondos para
crear una revista literaria. Plimpton y Mathiessen eran niños bien que
venían de Yale y Harvard. No les costó nada reunir el dinero que hacía
falta pidiéndolo a sus padres y a los amigos de sus padres, pero no se
animaron a poner a Humes como editor. Tampoco se animaron a decírselo,
razón por la cual Humes se enteró como se enteró de la noticia en el
puerto de Nueva York, adonde había viajado especialmente para lanzar
“su” revista.
Bajo la dirección de Plimpton, Paris Review se convirtió en la mejor
revista literaria del mundo, pero Humes ya se había bajado hacía rato
del barco. Prefirió irse a Londres con su mujer y sus hijas, donde
escribió dos novelas que recibieron muy buenas críticas, que a su vez
alimentaron aun más su paranoia: el New York Times dijo de la primera
(un thriller ambientado en el París bohemio y pro-comunista de
posguerra) que era de un “talento alarmante”; el Washington Post dijo
de la segunda (una novela de mercenarios afroamericanos en una isla
del Caribe) que “su vividez daba escalofríos”. Las cosas empeoraron a
principios de los ’60, cuando Timothy Leary llegó a Londres con una
valija llena de LSD, y Humes lo convenció de que le diera cinco dosis
juntas (era legendaria su tolerancia a los químicos). El trip fue una
catástrofe: le produjo su primer brote psicótico. Mientras sus amigos
lo internaban en un psiquiátrico, su esposa escapó a Nueva York con
las cuatro hijas.
Con los años, Humes volvería a su país convertido en “un neo-profeta
eléctrico” (la definición es de Paul Auster, que era estudiante en
Columbia cuando cayó bajo su influjo en 1969). Para entonces se decía
de él que había inventado y patentado una casa hecha enteramente de
papel que resistía lluvias e incendios; que había asegurado su cerebro
en un millón de dólares; que había sido el jefe de campaña de Norman
Mailer cuando éste se postuló a alcalde de Nueva York; que había
filmado (y perdido) una película-verité llamada Don Peyote, en la que
un junkie llamado Ojo de Vidrio hacía de Quijote por las calles del
Village completamente colocado, mientras Orne-tte Coleman seguía sus
pasos y proveía música de fondo. Cuando no estaba internado, Humes
dormía en las oficinas de la editorial Random House, o en los campus
donde estudiaban sus hijas (NYU, Harvard y Columbia) y donde nunca le
faltaban fans que se sumaran a sus protestas callejeras. Sostenía que
el gobierno vigilaba cada uno de sus pasos y dominaba a la población a
través de mensajes subliminales en las nubes. Su último hogar fue el
Hospicio Saint Rose, creado un siglo antes por la hermana de Nathaniel
Hawthorne. Hasta su muerte escribió una novela eterna (que por
supuesto se perdió) donde contaba la historia de un científico que
descubría que lo estaban convirtiendo en otra persona o se estaba
volviendo loco, y trataba desesperadamente de transferir a las cabezas
de los demás toda la información que almacenaba en la suya antes de
enloquecer del todo.
Casi nadie se acordaba ya de Humes cuando su hija Immy reveló, en su
documental Doc, que Paris Review estuvo infiltrada por la CIA y que el
topo era uno de sus fundadores, Peter Mathiessen. El propio Mathiessen
confiesa a cámara, presionado por la voz en off de Immy, que la CIA lo
reclutó cuando egresó de Yale después de la guerra, que le pagaron el
viaje a París, que su fachada era la revista y su trabajo consistía en
informar sobre los americanos con los cuales trataba (una vez a la
semana debía encontrarse en el Jeu de Paume con su contacto). Aunque
“aún no eran los tiempos en que la agencia comenzó a dedicarse al
asesinato político”, dice Mathiessen, el asunto terminó por asquearlo
y renunció, y también se mantuvo alejado de Paris Review unos años,
hasta que un día, al enterarse de lo mal que estaba Humes en Londres,
viajó hasta allá para confesarle todo. Mathiessen creía de buena fe
que la revelación aliviaría la paranoia de Doc y quizás “hasta lo
liberara de sus fantasmas”. En cambio, Humes se cruzó con Timothy
Leary y se fritó la cabeza con aquellas cinco dosis de LSD. Antes de
hacerlo escribió una larga carta a Plimpton, donde le relataba todo lo
que le había contado Mathiessen y exigía (“es el que vomita el
responsable de limpiar la vomitada”) que el propio traidor escribiera
de su puño y letra un relato de los hechos y que el texto completo se
publicara en Paris Review. La carta nunca llegó a destino. Terminó
dentro de una valija que los amigos de Humes enviaron a su esposa a
Nueva York después de internarlo y que ésta dejó arrumbada en un
altillo hasta que Immy la descubrió, cuarenta años después.
La revelación no parece haberle movido un pelo a nadie. Mathiessen es
hoy un venerable activista ecológico y defensor de los indios
americanos. Plimpton murió con honores en 2003. Immy estrenó su
documental en 2008, presionó hasta que se reeditaron las dos novelas
de su padre (The Underground City y Men Die), exigió al FBI que diera
a conocer el voluminoso archivo que tenía sobre Doc (donde figuran
desde la aprobación de la beca Marshall con la que se fue a París en
1949 hasta el certificado de defunción firmado por personal del
hospicio en 1992), incluso colgó en la web aquella tremenda carta que
su padre escribió a Plimpton en 1965. Pero lo único que logró hasta
ahora es que la crítica declare a Doc Humes “un interesante
antecedente de ficción paranoica”.
Por Juan Forn
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/contratapa/13-151616-2010-08-19.html
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