[Solar-general] usos y abusos de la sociedad civil

Pablo Manuel Rizzo info en pablorizzo.com
Dom Abr 25 19:33:27 CEST 2010


Está bueno, para pensar sobre los problemas de las asambleas también en
Solar
 Gualeguaychú usos y abusos de la sociedad civil
Por José Natanson

 Las transformaciones experimentadas por la democracia en tiempos de
globalización, auge de los medios de comunicación e individuación de la vida
social se reflejan también en la sociedad civil. Desaparecida por obsoleta
la idea de pueblo (en el sentido de una entidad única, unánime en sus
convicciones y protagonista de una relación bilateral con el líder), las
investigaciones y estudios tienden a hablar, cada vez más, de “ciudadaníaâ€:
capaz de asociarse y actuar en un marco de democracia liberal, la ciudadanía
carece de la supuesta homogeneidad del pueblo.

Como sostiene Isidoro Cheresky (Ciudadanía, sociedad civil y participación
política, Miño y Dávila), la ciudadanía hoy parece manifestarse,
básicamente, en dos formas polares: la audiencia y el estallido. La primera
es conocida: su protagonista, la opinión pública, se expresa a través de los
medios masivos de comunicación y, aunque a primera vista parece asumir una
posición meramente pasiva, una especie de grado cero de ciudadanía, deja
entrever sus preferencias políticas por vía de las encuestas, que marcan su
pulso (y a menudo el de los políticos).

La segunda forma, el estallido, es episódica, aunque muchas veces produzca
efectos deletéreos, y a veces revela, dramáticamente, la anomia social
encubierta. Es la ciudadanía como multitud, muy presente en la transición
pos-neoliberal latinoamericana, desde el Caracazo venezolano de 1989 hasta,
más cerca en el tiempo, las protestas indígenas que desembocaron en el golpe
de Estado contra Jamil Mahuad en el 2000, o las guerras bolivianas del gas y
del agua, y por supuesto en el cacerolazo de diciembre del 2001 en la
Argentina.

Entre estos dos polos, la audiencia y el estallido, existe también una trama
de “militancia social†–comedores, cooperativas, empresas recuperadas,
microempredimientos– que le otorga densidad a la sociedad civil local. Sin
embargo, pese al entusiasmo de algunos académicos fascinados con la
creatividad de sectores sociales a los que en general no pertenecen, se
trata de experiencias interesantes como laboratorio social, pero ciertamente
irrelevantes en una mirada general de la economía y la política: ninguna de
ellas, ni todas ellas sumadas, han logrado incidir en el curso de las
grandes políticas nacionales (cosa que sí hace la sociedad civil como
audiencia y la sociedad civil como estallido).

Y existe también una sociedad civil compuesta por organizaciones de
“representatividad virtualâ€, que acumulan un largo trabajo y varias
conquistas, cuyo paradigma son los organismos de derechos humanos. Con su
movilización siempre pacífica, su apelación a los mecanismos legales
(juicios, cambios en la legislación, etc.) y su capacidad para aprovechar
los avances tecnológicos (presencia en los medios de comunicación, genética)
han sido los grandes fundadores de la sociedad civil argentina
contemporánea. Como señala Enrique Peruzotti (“La democratización de la
democracia. Cultura política, esfera pública y aprendizaje colectivoâ€), el
discurso de los derechos humanos permitió reunir dos cuestiones que la
tradición populista había separado, democracia y constitucionalismo, y
ubicarlas como un todo indivisible. Los organismos de derechos humanos no
sólo definieron los contornos de la sociedad civil, sino que también
incidieron en la forma de nuestra democracia, marcando una ruptura
político-cultural que ha sido más fuerte en sociedades como la nuestra, con
un fuerte pasado populista, que en aquellas de tradición más liberal, como
la chilena o la uruguaya.

En este contexto, la asamblea de vecinos de Gualeguaychú es una excepción.
No es la ciudadanía como audiencia, ni un estallido que se apagó como los
fuegos de octubre, no es un organismo de derechos humanos y su perfil
socioeconómico se encuentra varios deciles por arriba del promedio de las
organizaciones sociales de base. Aunque de raíz obviamente local, ha
adquirido peso nacional.

¿Cómo se explica esta excepcionalidad? En primer lugar, por las
características particulares de Gualeguaychú, que pese a sus escasos 76 mil
habitantes no es una ciudad más. Con una larga historia y un fuerte
protagonismo en las guerras federales (fue en la isla Libertad, frente a sus
costas, donde Urquiza reunió al Ejército Grande), Gualeguaychú ha
desarrollado una identidad propia, relacionada con el río, el paisaje y, por
supuesto, el carnaval (el hecho de que la primera gran marcha contra las
pasteras, el 30 de abril del 2005, haya partido del Corsódromo es
sintomático). Cuenta con un sector de servicios hiperdesarrollado (1200
plazas hoteleras, 2500 camas en cabañas de alquiler y 17 campings) que,
junto a la pequeña y mediana actividad agropecuaria, sostiene a la
pequeña-burguesía que hegemoniza la sociedad local.

El sentido de identidad de Gualeguaychú, su relación con el paisaje y el
río, quizás ayuden a explicar la sensación de desastre inminente que se
instaló cuando comenzó a construirse la pastera, lo que, a su vez, llevó a
la elección del eje programático de la protesta. Como sostienen Vicente
Palermo y Carlos Reboratti (Del otro lado de río. Ambientalismo y política
entre argentinos y uruguayos, Edhasa), la consigna elegida no fue “no a la
contaminaciónâ€, posición que podría ser defendida mediante, por ejemplo, la
elaboración de estudios de monitoreo ambiental conjuntos entre ambos
gobiernos, con participación de los vecinos. El slogan fue “no a las
papelerasâ€, lo que implicaba que la única forma de evitar la contaminación
era que las plantas no existieran, con un giro dramático expresado en frases
como “No a las papeleras, sí a la vida†o “Si Botnia nace, Gualeguaychú
muereâ€, que hacían imposible cualquier camino intermedio y bloqueaban
cualquier solución diferente al desmantelamiento de la pastera.

Pero ni las características particulares de Gualeguaychú ni la elección de
la consigna alcanzan para explicar la excepcionalidad de la protesta y el
alcance que adquirió. Los vecinos consiguieron: incidir en la designación de
la máxima autoridad nacional en materia de medio ambiente, impulsar al
Estado argentino a presentar la primer demanda internacional ante La Haya,
nada menos que contra Uruguay, y condicionar la política exterior del país
durante varios años.

Fue, claro, la herramienta elegida, el corte de ruta, lo que les permitió
hacer todas estas cosas. Un instrumento de acción directa que otras
organizaciones utilizaron y utilizan, aunque siempre de manera transitoria
(ni al grupo de piqueteros más rebelde se le ocurriría mantener cortada una
ruta durante años) y que puede ser calificado como un recurso extremo en la
medida en que implica un daño a terceros (es decir, lo que cualquier manual
de táctica y estrategia recomendaría dejar para el final).

Y esto, a su vez, se explica por el método elegido para tomar las
decisiones. Como se señalé en otra oportunidad (18/1/2009), los habitantes
de Gualeguaychú podrían haber optado por otro sistema: una comisión de
vecinos encargada de negociar, la votación de un mandato para el gobernador
o el intendente o la designación de un comité de especialistas en medio
ambiente. Pero se inclinaron por la asamblea, en la que cualquier decisión
es sometida a la consideración general en reuniones totalmente abiertas y
horizontales, donde todos tienen la posibilidad de participar.

Pero la asamblea tiene problemas. En tanto método de decisión política,
puede ser útil y democrática en ambientes pequeños, como la asamblea de
trabajadores de una fábrica o una reunión de consorcistas, es decir, para
ámbitos bien delimitados (la asamblea de Ford puede decidir sobre los
trabajadores de Ford, pero no sobre los de Peugeot). También puede ser un
mecanismo eficaz para destrabar algún tema puntual consultando a la
población a través de un plebiscito, aunque eso requiere ciertas reglas
institucionales (curiosamente, los vecinos de Gualeguaychú descartaron
indignados la propuesta de realizar un plebiscito formulada por Jorge Busti,
lo que revela que el amor por los métodos de democracia directa decae cuando
existe el riesgo de que se modifiquen las decisiones).

En todo caso, el problema de la asamblea –que es el problema de la
democracia directa en las sociedades de masas– es que se distorsiona cuando
se trata de desarrollar estrategias sostenidas en el tiempo. Y es que en
toda asamblea tiende a imponerse una dinámica gravitatoria que impulsa la
radicalización de las posiciones y que se agudiza cuando, como en
Gualeguaychú, se actúa con una lógica de ciudad sitiada. En estos casos, los
halcones se comen a las palomas y la posibilidad de revertir una decisión ya
tomada se hace prácticamente imposible. Y es que debe haber pocos métodos
menos adecuados que una asamblea para llevar adelante negociaciones
complejas, que exigen astucia táctica para, recurriendo a la jerga
castrense, obtener resultados estratégicos. Sucede que en una asamblea no
existen los mecanismos de representación que permiten elegir una conducción
que se autonomice de las bases y adquiera márgenes de libertad. Como
cualquier decisión debe ser sometida a la consideración de todos los
vecinos, los atributos básicos de un buen negociador –prudencia, astucia,
secreto– se hacen imposibles.

Retomando las ideas señaladas al comienzo, la excepcionalidad de
Gualeguaychú, en el marco de la sociedad civil argentina, se explica por
varios factores –la fuerte identidad local, la consigna elegida y el método
de protesta adoptado– relacionados entre sí. Y también, por supuesto, por
los derrapes de ambos gobiernos y por el aval conseguido en un sector de la
sociedad y los medios de comunicación, al menos al comienzo. Y en este
sentido resulta interesante llamar la atención sobre una tendencia,
curiosamente presente en círculos ilustrados, a confundir el método con la
meta. El razonamiento es el siguiente: como la asamblea es un mecanismo
democrático, igualitario y transparente, entonces todas sus decisiones son
necesariamente buenas. Es una falacia, por supuesto, y si no a las pruebas
me remito. Para no caer en los miles de ejemplos históricos de asambleas que
adoptaron decisiones atroces, sugiero uno más suave y más cercano. En pleno
conflicto Gobierno-campo, la protesta de los productores rurales adquirió un
formato asombrosamente parecido al de Gualeguaychú: el mismo método de
decisión (la asamblea), para una misma herramienta (el corte de rutas),
adoptada por personas de similar extracción social (al menos clase media) y
hasta algunos liderazgos coincidentes (el incombustible Alfredo de Angeli, a
quien en estos días hemos visto revivir al calor de la protesta
ambientalista).

Link a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-144543.html


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Pablo Manuel Rizzo
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