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<b class="moz-txt-star"><span class="moz-txt-tag">*</span>El cuento de
los mundos o la invasión del espacio<span class="moz-txt-tag">*</span></b>
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Dicen que cada persona es un mundo, con sus ideas, tamaños, formas...Y
dicen también que entre todos estos mundos existe un gran espacio, un
espacio que a veces queda vacío, y algunas otras veces lo vamos
llenando. Pero, como en la vida misma, las cosas no suelen ser o
blancas o negras, o vacías o llenas. Existe toda una serie de
realidades posibles entre medias.
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En ocasiones los mundos sacan sus sillitas a la puerta de casa, es
decir, a ese espacio que hay entre los mundos, y se sientan dispuestos
a charlar, a llenar el espacio de voces múltiples y diversas. A veces
se arma un poco de jaleo, pero da gusto escucharles y verles
compartir(se). Y así poco a poco el espacio se va llenando de ideas,
viviencias, ilusiones compartidas y construidas entre todas y todos.
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Sin embargo, en otras ocasiones llama la atención el silencio
generalizado entre los munditos. Pasa como cuando en una ciudad empieza
a dar pereza, o miedo, sacar la silla a la calle. Y es que el espacio
va siendo invadido por potentes voces pintadas de brillantes colores
que pasan muy rápido...No son muchas, pero pareciera que lo llenan
todo. También entonces hay jaleo, pero no es como cuando los mundos
sacan las sillitas a la calle.
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En estas ocasiones la mayoría de los mundos observan el espacio
exterior desde el interior de sus mundos y es que no se sienten capaces
de hablar tan fuerte y tan rápido y con palabras de colores tan
brillantes, así que prefieren permanecer en silencio. Y es así como
poco a poco van dejando de participar y de aportar a ese espacio
exterior y colectivo, como van quedándose en el interior mirando por
sus ventanas, a veces admirados por esos colores tan brillantes, a
veces aburridos, pero eso sí, sin poder sacar la silla a la puerta de
casa para charlar, un poco por miedo a ser atropellados, otro poco para
no molestar. Y como ese espacio exterior se hace cada vez más aburrido,
menos variado, pero mucho más ruidoso, al final deja de ser un espacio
colectivo de todas y todos y se convierte en el espacio de unos pocos
(sí, pocos, no como genérico que incluya a algunos y algunas, porque
ese espacio exterior sólo suele incluir a algunos y excluir a muchas y
muchos).
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<b class="moz-txt-star"><span class="moz-txt-tag">*</span>Por qué un
cuento<span class="moz-txt-tag">*</span></b>
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Como nos han enseñado las mujeres y los hombres zapatistas tantas
veces, y como nos demuestra el Viejo Antonio con sus historias, hay
otras formas de contar, de contarnos, diferentes.
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Una de esas formas es contar cuentos. Al contrario de lo que puede
parecer, los cuentos no tienen por qué ser historias simples y sin
contenido, sino que pueden llegar a contener un montón de mensajes, un
montón de ideas y de aprendizaje. También sirven para hablar de las
cosas importantes.
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Lo que sí que sucede con los cuentos es que suelen ser fáciles de leer
y además suelen despertar ganas de hacer volar la imaginación, de
pensar en más historias, de escuchar más, de contar más, nos hacen
intervenir en la historia, siempre abierta, receptiva a nuevos finales.
Y, como la mayoría de los cuentos, este también está construido por las
aportaciones y los tiempos de varias personas, varios mundos.
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Pero como decía el cuento, como en la vida misma, hay mil
posibilidades, no sólo o contar en forma de cuentos o de discursos
complejos e intelectuales que nos dejan sin nada más que decir o que
aportar, de tan bien dichos, de tan rápidamente lanzados, de tan
brillantes y rotundos, por el miedo a ser atropelladas o por el miedo a
molestar con nuestras dudas o inseguridades o nuestras sensibilidades
diversas.
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Y por qué no dejar un poco de sitio a estas otras muchas formas de
contar en nuestro espacio colectivo...<br>
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