[Bah-sanse] [Bah-general] Texto que faltaba en el dossier de textos Seco
iris bernal
irisbern en yahoo.com
Jue Sep 22 20:26:22 CEST 2005
Hola! Aquí envío el texto que faltaba para el dossier
de Seco. Como ha habido problemas para abrir el
archivo, os lo mando como parte de este correo. Por
cierto, yo iré el sábado al plenario de Seco. Si
alguien más va a ir, que se ponga en contacto conmigo
y quedamos vale? El emilio ya lo teneis y el telf.
650899121. Saludos!!
Hablando se entienden los barrios.
José Luis Fernández Casadevante
Alfredo Ramos
Apuntes para una noción de barrio.
Sin los relatos los nuevos barrios quedan
desiertos. Por las
historias los lugares se tornan habitables. Habitar es
narrativizar.
Fomentar o restaurar esta narratividad es, por tanto,
una forma de
rehabilitación. Hay que despertar a las historias que
duermen en las calles y
que yacen a veces en un simple nombre, replegadas en
ese dedal como las
sedas del hada. Son las llaves de la ciudad: dan
acceso a lo que ésta
es, una visión mítica, una mitología.
M de Certeau.
La ciudad es un nombre propio, que bajo la
apariencia de unidad,
oculta su propio carácter de multiplicidad de espacios
urbanos, es
decir, es una y múltiple a la vez. Un simulacro que se
convierte en una
entidad autónoma a partir de aislar unas variables y
propiedades
cuantificables de las prácticas concretas, y que tiene
como uno de sus
principales componentes los barrios, utilizándolos
como marcas de diferenciación
a la hora de expandirse y de ejercer su capacidad de
gobierno.
Esta expansión como una mancha de aceite, tiene en la
diversidad que
suponen los barrios uno de sus elementos
fundamentales. Una composición
que demuestra la naturaleza paradójica de esa
expansión por el
territorio, al fraguarse a partir de aquello que la
cuestiona como unidad.
El barrio, por tanto, anda siempre ligado a un
espacio físico,
dispone de una dimensión territorial que lo hace
tangible, que permite
ubicarlo para poder empezar a pensar en él. Sobre los
componentes
esenciales de esta topología física encontramos
numerosos consensos que nos
hablan de la accesibilidad a un número de
equipamientos, de densidades
habitacionales, de características del modo de
urbanizar
. Estos
consensos son una guía, una regla inicial para tratar
de aproximarnos a lo que
es un barrio, un estilo de vida que tendría que
darse ante
determinados componentes físicos, ante determinadas
dimensiones que constituyen
lo aprehensible perceptivamente y lo controlable
cognitivamente.
El espacio de un barrio esta definido por
limites claros,
precisos, sin embargo el territorio existencial que
este implica, reconstruye
los límites de una manera más confusa o más clara que
los meramente
físicos, en función de para qué vayan a ser
utilizados. Las fronteras del
barrio se deslizan por las líneas que tejen las
evocaciones,
construyendo una cartografía simbólica donde lo vivido
y los relatos empujan las
calles, los equipamientos y las viviendas,
descolocándolas para
disponerlas según otra funcionalidad, creando un
barrio otro que se superpone
al delimitado y determinado administrativamente.
La construcción de sentido sobre el mapa del
barrio tiene que ver
con su complejidad como espacio intermedio1, como zona
entre lo
privado, lo doméstico, y la composición de la ciudad y
sus espacios públicos.
Esta forma intermedia se compone de una particularidad
de trayectos, de
agrupaciones y de usos que permiten desarrollar
conexiones que ponen
en relación al individuo con su entorno. Desarrollando
pautas de
comprensión de un espacio del que depende como campo
de referencia y de
identidad, y donde reconoce la alteridad a través del
desarrollo de pautas
de comunicación con el entorno y sus habitantes.
Así, recorriendo lo intermedio, se van
ejecutando diversas
operaciones de selección y combinación de lugares,
gentes y sentidos
posibles, de modo que al producir el imaginario que
acompaña a la idea del
barrio, se le va dotando de un orden. Frente al
conjunto de la ciudad,
atiborrada de códigos que el usuario no domina pero
que debe asimilar para
poder vivir en ella, frente a una configuración de
lugares impuestos
por el urbanismo, frente a las desnivelaciones
intrínsecas al espacio
urbano, el usuario consigue crearse espacios de
repliegue, itinerarios
para su uso o su placer que son las marcas que ha
sabido, por si mismo,
imponer al espacio urbano2. Este forma de repliegue
crea la esfera de lo
barrial, siendo una construcción dinámica que tiene
dos componentes
esenciales, lo imaginario (la forma de los relatos que
dan cuenta de) y
las prácticas (los usos e interacciones que lo
recorren).
Los imaginarios pueden ser leídos sólo si se
atiende o se
participa de su elaboración, puesto que están
desordenados, componiendo un
sinsentido para quien trata de verlos desde fuera. Una
idea que lo refleja
es aquella a la que hacía referencia Von Foester
cuando hablaba de lo
fácil que es ver y controlar desde fuera un desfile,
en oposición a lo
difícil que es mirar un baile y comprender la
estructura caótica que nos
muestra en cuanto nos acercamos a él. Podemos encerrar
la realidad de
un barrio en el compás de un desfile, para tratar de
explicarlo desde un
esquema exterior a él. Pero la clave para entenderlo,
puesto que es lo
que lo constituye, son esos códigos que crean pautas
de legibilidad
renovadas constantemente, y que se camuflan en los
desconocidos pasos de
baile, los usos y las relaciones que son su componente
esencial.
Los relatos que se producen sobre el mismo son
necesariamente
variados, múltiples. Compuestos de diferentes
acontecimientos como base para
desarrollarse, de distintas experiencias, cuya
combinación se traduce en
la habilidad de los grupos para trazar estructuras de
sentido que
desplazan o sustituyen otras, constituyendo la
explicación de lo que somos y
de lo que son los otros, de lo que es nuestro barrio.
Se trata de un
cuento espacial, en tanto historia ligada a un espacio
físico. Donde su
elección y producción es reveladora de vivencias, al
tiempo que es un
instrumento esencial para explicar las mismas y las
futuras.
Pero el barrio, en la convivencia entre
imaginarios y
apropiaciones, corre el riesgo de encerrarse en un
relato metonímico (que toma la
parte por el todo y así explica la realidad y
desarrolla las pautas de
sociabilidad), en una narración total que lo convierte
en
impracticable, y que lo fragmenta como territorio a
partir del cual enfrentarse a
determinadas problemáticas. Esta composición cerraría
la posibilidad del
dialogo que caracteriza su dinamismo, pasando del
baile al desfile,
imponiendo códigos y pautas de comportamiento que
impiden el relato por el
olvido de los componentes esenciales del paisaje que
son las prácticas.
Rechazaría la posibilidad de metáforas sobre usos no
considerados
previamente en el imaginario pero que lo trastocan, en
un paradójico intento
de cerrarse. Una tentativa de ser una narrativa
ordenada, que sin
embargo no puede llegar a serlo (salvo por momentos en
los que constituye
una referencia), puesto que entonces el barrio dejaría
entonces de
construirse por procesos de aprendizaje, de sorpresa
constante ante
lo nuevo. El relato debe emanar de una interacción
cambiante basada en
usos que implican un aprendizaje sobre los lugares y
las posibilidades
que ofrece a quienes los habitan, de una construcción
colectiva de
sentidos diversos como es un barrio.
Barrios y acción política.
La verdad es una ficción útil.
F. Nietzsche.
Los asentamientos urbanos creados en los años 60 en
las periferias de
las principales ciudades del Estado, fueron el
paradero de aquellas
personas que acudían a las mismas en busca de trabajo,
en las incipientes
industrias o en sectores productivos en expansión como
la construcción.
Los cascos históricos y sus posteriores ensanches se
vieron rodeados
por un cinturón de nuevos barrios, de edificaciones
elaboradas por el
régimen para la nueva clase trabajadora y
principalmente archipiélagos de
casas bajas autoconstruidas, chabolas en situación de
alegalidad o
ilegalidad tolerada.
El éxodo rural sería el mínimo común múltiplo en la
composición de
quienes habitaban estos barrios, una cierta
homogeneidad cultural en base
a imaginarios rurales que trataban de reproducir sus
códigos en un
ambiente urbano (casas bajas apegadas al suelo,
patios, corrillos de sillas
en la calle al atardecer, cultura del cotilleo
). A
este conjunto de
naderías compartidas que por sedimentación crean un
sistema
significante3, y a la densa red de relaciones
cotidianas que suponía el barrio,
hay que añadirle posteriormente la identidad obrera,
de clase, adquirida
por sus habitantes tras compartir las condiciones de
trabajo en las
fábricas de la época de la dictadura.
Estos asentamientos vieron nacer de entre sus
barrizales unos
movimientos ciudadanos con una enorme capacidad de
incidencia social. A
través de las asociaciones de vecinos se catalizó
buena parte de las
protestas que se dieron contra la dictadura y durante
los primeros años de
la transición política. Movimientos construidos al
calor de conflictos
urbanos concretos (vivienda, equipamientos, asfaltado
de calles,
sanidad
), que desbordaban prácticamente sus propias
reivindicaciones,
indicando la profunda pretensión de autonomía de las
personas residentes en
un territorio para definir y gestionar sus
problemas4.
Para movilizar y generar un sentido de
pertenencia estos
movimientos crearon una noción de barrio que era
compartida por buena parte de
quien en ellos habitaba. Las agrupaciones deportivas,
los periódicos y
las fiestas de barrio son algunos de los elementos,
que junto a las
movilizaciones por conflictos concretos hacían de
argamasa para dicha
identidad. La idea de barrio elaborada por esta
generación fue una ficción
útil, una forma de decir nosotr en s, empleada como
concepto central de
discursos y prácticas políticas. Cumpliendo la
intención de aglutinar y
movilizar a determinados sectores sociales urbanos que
se sentían
interpelados. Ideales de clase, políticos,
culturales,
lo utilizaron como
pretexto para intercomunicar y entramar sentidos más
profundos, como una
metáfora de lo que subterraneamente y sin verbalizar
se pretendía
decir. La reivindicación del derecho a la ciudad que
popularizara Lefebvre,
como capacidad de apropiación del espacio urbano por
sus habitantes
se vió ejemplificado en estos sucesos, que se
convirtieron
posteriormente en parte del imaginario de las
siguientes generaciones. Un
paradigma de referencia sobre el que han pivotado las
forma de pensarse a sí
mismos de los movimientos urbanos.
Las profundas transformaciones sociales,
urbanas, laborales y
culturales, acaecidas en los últimos veinte años han
arrastrado a la
crisis las formas heredadas de entender la
intervención política sobre el
espacio urbano por parte de los movimientos sociales,
situándolos en una
encrucijada. Hoy el desafío que enfrentamos es similar
al de la oruga
que se encierra en una crisálida para convertirse en
mariposa, el de
deconstruirnos recogiendo el sistema nervioso de lo
que fuimos
anteriormente para convertirnos en algo distinto. Para
lograr está empresa es
imprescindible comprender que los antiguos barrios que
torpemente sabíamos
describir y definir, actualmente se vuelven inasibles
con los mapas
conceptuales que manejábamos. Nos encontramos
emplazados a crear nuestra
propia ficción útil. Una ficción que nos permita la
comprensión de los
cambios en la forma de gestionar la producción de
espacio, que facilite
el diálogo entre las viejas y nuevas figuras sociales,
abriendo la
posibilidad de generar un relato movilizador.
Anteriormente los barrios eran el espacio
central de referencia
para la vida cotidiana, especialmente para mujeres y
niños que no salían
a trabajar y pasaban entre sus calles media vida.
Además los polígonos
industriales estaban cercanos a los barrios
periféricos por lo que no
era raro que los vecinos fueran también compañeros de
trabajo, una
cercanía física que intensificaba y facilitaba la
relacionalidad. Los
recorridos vitales tenían una extensión circunscrita
al propio territorio,
la mala comunicación con el centro de la ciudad y por
ende a otros
barrios obligaba a que esos desplazamientos fuesen
posibles solo los fines
de semana o en ocasiones excepcionales. El barrio como
escenario de
biografías compartidas donde el arraigo era la clave
para asumir la
pertenencia. Una anécdota de una asamblea vecinal en
un barrio de Madrid
ilustra esto último, cuando una vecina le dijo a otro
tú dices eso porque
eres nuevo en el barrio. Sólo llevas 20 años.
La actualidad se describe a través de una
fragilidad en la
adscripción espacial de las personas, desplazamientos
amplios y constantes ya
sea por cuestiones de trabajo, estudios o de ocio.
Trabajos temporales
o eventuales que llevan implícita la obligación de
seguir recorriendo
la metrópolis en busca de uno nuevo para cuando
caduque el vigente.
Repartimos el tiempo en distintos espacios,
diversificando nuestros
sentidos de pertenencia. A partir de los 14 años el
mapa de referencia
manejado no es el barrio sino el de la red de metro,
donde conformamos un
collage de fragmentos de ciudad en los que incluir al
barrio. Al igual que
la población migrante nos enfrentamos a la
imposibilidad vital de fijar
nuestra existencia a un espacio físico, de mantener
vigente la idea de
arraigo que mantenía la cohesión comunitaria y la
identidad de barrio
en el pasado.
La llegada de población inmigrante a los
barrios condensa las
transformaciones en lo que a composición interna de
los mismos se
refiere. Una figura nueva que al llegar modifica
radicalmente la realidad de
los lugares de acogida. El éxodo rural, contábamos más
arriba, modificó
la ciudad materialmente pero sobre todo incidió en la
percepción que se
tenía de la misma y en las prácticas urbanas que la
atravesaban. El
éxodo migratorio actual supone otra transformación de
una profundidad que
sólo comenzamos a atisbar. Introduciendo en un mismo
territorio formas
de percibirlo, dotarlo de significados y de usos, que
descansan sobre
una heterogeneidad cultural desconocida para la
convivencia.
Esta diversidad de estilos de vida que puebla
los barrios,
entronca con algunas de las dinámicas que alimentan la
transformación de las
ciudades en metrópolis. Tales como: la producción del
espacio urbano
que ya no deja lugar a la improvisación, al azar, toda
extensión o
reordenación se planifica y diseña al milímetro, en
operaciones centrales
para la revalorización del capital productivo y
financiero (desarrollo de
PAUS, planes de remodelación, PERI´s y
rehabilitaciones orientadas a
ser operaciones de lifting urbano), la especialización
de la ciudad por
zonas (negocios, de compras, de marcha, culturales,
marginales, barrios
reconstruidos en base a referencias y criterios
étnicos o sexuales
),
acompañada de una profunda segregación por cuestiones
de poder
adquisitivo... . Dinámicas que reproducen la
competitividad entre metrópolis del
mercado global en el interior de las mismas, barrios
en competencia por
captar recursos materiales y simbólicos que los sitúen
privilegia
damente en el plan de los gestores de la ciudad.
Autonomía y barrios.
Una colectividad autónoma tiene por divisa y
por
autodefinición: somos aquellos que tienen por ley
proporcionarse sus propias leyes
C. Castoriadis.
Empecemos por repensar la pretensión de
autonomía que
caracterizaba a los movimientos vecinales de finales
de los 70, con la intención
de hallar un hilo de enlace entre el proyecto urbano
alternativo
planteado entonces y los esbozos realizados
actualmente, que tratan de situar
dicha pretensión en un contexto distinto. La analogía
se refiere a un
compartido ansia de autonomía y un determinado lugar
desde el que
pensar la intervención política, que son los barrios.
¿Por qué los barrios?. En un escenario de
dimensiones
metropolitanas, que desarrolla la característica
esencial de aquello que Kevin
Lynch5 señalaba veinte años atrás, la incapacidad de
las personas de
componer un mapa mental del territorio en el que se
desplazan, ni de
establecer su propia posición, es necesario habilitar
espacios de escalas
aprehensibles, que permitan constituir referencias de
la pertenencia de los
individuos a un ecosistema urbano. Habilitar no es un
termino inocente.
Puesto que como señala García Canclini, siguiendo las
hipótesis del
propio Lynch, es necesario reconquistar el sentido de
los lugares y
construir o reconstruir conjuntos de interrelaciones
susceptibles de ser
retenidos en la memoria6, hemos de trasladar dicho
propósito a una
esfera que en su complejidad inserte a los sujetos en
una esfera
habilitante.
Frente a las prácticas inhabilitantes, que
limitan las
capacidades de actuación limitando la información
sobre algo al construir una
imagen de ese algo que conduce a aplicar soluciones
simples a
problemáticas complejas; las estrategias habilitantes
suponen enfrentarse a la
propia complejidad de lo urbano, trasladándose a
ámbitos donde la
pertenencia a un sistema de relaciones sociales con
base territorial implica la
construcción colectiva de sentidos. Insertando a las
prácticas en los
condicionantes del medioambiente urbano y la ecología
social.
Lo barrial conforma una esfera que condensa en
su interior toda
la complejidad de un espacio urbano que gravita entre
lo local y lo
global, en lo que siguiendo a Edgar Morin podríamos
explicar como que el
todo está en la parte que está en el todo. Es un lugar
privilegiado para
ver como se concretan y encarnan los conflictos
(culturales, sociales,
ecológicos
), para observar la emergencia de nuevas
figuras y
sociabilidades, obteniendo un indicador óptimo para
diagnosticar la
habitabilidad de la metrópolis en todas sus
dimensiones.
Las prácticas de autonomía están vinculadas a la
pretensión de
autocontrol de territorios, o como mínimo a la
capacidad de ejercer un
control efectivo sobre los controladores, adquiriendo
mayores cuotas de
autogobierno. A partir de la autonomía indígena que se
desarrolla en los
municipios zapatistas, R. Zibechi7 busca paralelismos
entre dicho
talante y las experiencias urbanas surgidas al calor
de los acontecimientos
del 19 y 20 de diciembre en Argentina (asambleas
barriales, fabricas
ocupadas, las experiencias de Mosconi, movimientos
piqueteros
). En estas
prácticas encuentra movimientos sociales urbanos que
experimentan un
boceto de autonomía territorial, una estela que
seguir.
Apostar por la autonomía de un territorio
implica reconocer la
dependencia de este de un ecosistema que le contiene.
Con lo que
trasladar estas sugerencias a la esfera de lo barrial,
implicaría conjugarla
con la esfera metropolitana.
La apuesta pasa por articular proyectos estables
en espacios
concretos, insertos en la compleja trama de
interacciones que afectan a ese
conglomerado llamado barrio. Unas instituciones, unas
asociaciones, una
pluralidad de figuras sociales, un pasado, unas
conquistas, unos
conflictos
y unas relaciones de fuerzas entre todas
estas realidades, que
dan pie a una estructura situacional. Estos proyectos
han de estar
arraigados a dicha estructura situacional, en el
sentido rígido del término.
Apegados al terreno a través de personas que hayan
vivido y conformado
parte de ese ecosistema desde hace tiempo.
Persiguiendo una inclusión
en el mapa de sus singulares luchas, con una vocación
de permanencia y
un afán de servir de referencia, de faro, ante la
dispersión
generalizada que provocan las dinámicas del
capitalismo global.
Por otro lado estos proyectos deben ser capaces
de integrar la
diversidad de la metrópolis y los cambios acaecidos,
facilitando la
vinculación de personas y realidades ajenas al
territorio físico, generando
la posibilidad de un arraigo disperso que permita el
compromiso y la
participación en los proyectos sin tener que residir
en el barrio como
elemento determinante. Ensanchar el concepto de barrio
de cara a
construir una noción abierta, inclusiva, que sea
susceptible de ser atravesada
por la emergencia de sujetos, discursos y conflictos
de dimensiones
globales. Como por ejemplo: la difusión de las nuevas
tecnologías ligadas
a las comunidades del software libre y sus espacios de
socialización
como los hacklabs; la problemática de la propiedad
intelectual, problemas
medioambientales, la intervención con comunidades de
inmigrantes,
colectivos de jóvenes, infancia, la propagación de
experiencias de
autoorganización del trabajo
La política de barrio que proponemos debe reconocerse
en un proceso
que puentea entre la frágil perdurabilidad de los
sujetos e imaginarios
que se identificaban con el barrio de ayer, y las
dinámicas
metropolitanas que van imponiéndose. Una labor de
reactualizar el pasado y hacerlo
conversar con las tendencias presentes que auguran el
devenir abierto
que es el futuro. La proliferación y puesta en
conexión de experiencias
de este tipo permiten conjugar la resistencia a la
dispersión impuesta,
generando comunidades afincadas, biografías
compartidas en un mismo
espacio. A la par que estas sirven de puertos de
referencia para la amplia
población flotante que nomadea a través de la
metrópoli.
Esta conexión trataría de aplicar la ya famosa
idea de Jesús
Ibáñez de convertir las islas aisladas en un
archipiélago conectado, que
permita el encuentro y la cooperación, de forma que
metaforiza, poniendo
a funcionar en otro orden, la división competitiva que
el devenir de la
metrópoli impone a la que era la forma de expandirse
de la ciudad, la
división entre barrios.
1 Martín Barbero, J. De los medios a las
mediaciones. Ed. Gustavo
Gili. Barcelona, 1987. Pag. 218
2 Mayol, P. Habitar, en: De Certeau, M. (comp) La
invención de lo
cotidiano 2. Habitar, cocinar. Ed. Universidad
Iberoamericana/ITESO.
Mexico, 1999. Pags. 9-10.
3 Mafesoli, M. El tiempo de las tribus. Ed. Icaria.
Barcelona, 1990.
Pag. 57.
4 Castells, M. La ciudad y las masas. Sociología de
los movimientos
sociales urbanos. Ed. Alianza Universidad. Madrid,
1986. Pag 315.
5 Lynch, K. La imagen de la ciudad. Ed. Gustavo
Gili.
México-Barcelona, 1984.
6 Garcia Canclini, N. Imaginarios Urbanos. Ed.
Eudeba. Buenos Aires,
1999. Pag 130.
7 Zibechi, R. La autonomia es más que una palabra.
Edición digital
del periodico La Brecha
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