[Solar-general] Historia real en forma de cuento macabro [OT]
Pablo Manuel Rizzo
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Jue Jul 9 17:55:10 CEST 2009
No apto para cardĂacos Por Juan JosĂ© Panno
El corazĂłn de esta nota (lo de corazĂłn se explica de diferentes maneras) es
un interrogatorio que me hicieron en el Hospital Ramos MejĂa, pero antes de
ir al grano conviene dar una vuelta por el granero y explicar el contexto en
el que se dio todo.
Sábado 6 de junio, cinco de la tarde. Estoy en el diario. Nos vamos, con dos
compañeros, a la cancha para cubrir el partido de la Selección contra
Colombia. Me duele el pecho. Es un dolor fuerte, muy intenso. “La hernia
iatal” diagnostico con poco conocimiento de mi cuerpo y cero conocimiento de
medicina. Pido una Seven up, pero no bajan ni la acidez ni el dolor. Un
compañero me pregunta si me duele el brazo. Digo que no. Ya me lo habĂa
preguntado antes yo porque todos sabemos qué es lo que presagia eso del
dolor del brazo izquierdo. Cinco y cuarto y el dolor no afloja. Sugiero a
mis compañeros que se vayan a la cancha. “Yo lo miro por la tele”, anuncio
ingenuamente. Mi compañero Facundo MartĂnez, lĂşcido, recomienda llamar a una
ambulancia. Al principio me niego, pero el dolor no para y encima me empieza
a doler el brazo izquierdo. No llevo encima el carnet de la obra social a la
que estoy afiliado, la de prensa. Entonces Facundo no pregunta más y llama
al SAME. La ambulancia llega unos minutos despuĂ©s y vamos al Ramos MejĂa. Me
acompaña otro compañero, MartĂn PiquĂ©. Creo que a esa altura todos –menos
yo– sabĂan quĂ© estaba pasando.
En el Ramos MejĂa sĂłlo hay mĂ©dicas y enfermeras. No veo un solo hombre;
están todos mirando el partido, deduzco. No encuentran el aparato para
hacerme un electrocardiograma y escucho una interminable pelea entre
médicas. Que por qué se lo diste a la guardia, que por qué no está donde
tiene que estar, que yo no tengo la culpa, que llevemos a este tipo arriba,
que sĂ, que no. Me enojo y pido que se dejen de pelear y me atiendan. Al
final me llevan a un lugar que calculo debĂa ser la unidad coronaria y
aparece el electrocardiógrafo. Me hacen el electrocardiograma y una médica
joven, bonita, mulatona, responde mi pregunta abriendo los labios carnosos:
“Infarto, lo que tiene es un infarto”.
“Quédese tranquilo”, me dicen una y otra vez. Yo, dentro de toda mi
inconsciencia, estoy tranquilo. “No se duerma”, me dicen una y otra vez. Yo
tengo sueño. Hago fuerza para no dormirme, pero me entrego. No veo la luz
como VĂctor Sueiro, pero recuerdo ese sueñito (fueron segundos, seguramente)
como placentero. Muy placentero. Cuando despierto me hacen algunas preguntas
de rutina, que la diabetes, que las enfermedades anteriores y todo esto
hasta que llegamos, por fin, al corazĂłn de esta historia. Una chica de unos
25 años me anuncia que me va a hacer algunas preguntas raras. Me entrego al
interrogatorio, mientras veo, espantado, unas marcas en el pecho y descubro
que me habĂan puesto las planchitas esas que producen un shock cardĂaco. Fue
después del sueño placentero, claro. Mientras sigo con la vista clavada en
las marquitas, en ese mismĂsimo momento, se inicia el interrogatorio.
*–¿Tiene televisor?*
–SĂ.
*–¿Cuántos?*
–Uno
*–¿Con cable?*
–SĂ.
*–¿Tiene control remoto?*
–SĂ.
*–¿Heladera?*
–SĂ.
*–¿Con freezer?*
–SĂ.
*–¿Freezer incorporado o aparte?*
–Incorporado.
*–¿Tiene tarjeta de crédito?*
–SĂ, Visa y Cabal.
*–¿Tiene...*
–Bastaaaa.
Tardé mucho (debo ser un poco lento de reflejos), pero la paré. Le dije que
me parecĂa demasiado, que ella no era culpable de que la mandaran a hacer
esas cosas, pero que tuviera en cuenta la situaciĂłn. La piba pidiĂł disculpas
y no preguntĂł más. Ya habĂa obtenido suficiente informaciĂłn, supongo. Ya le
alcanzaba.
Me enterĂ© unos dĂas más tarde, por alguien que tiene un puesto jerárquico en
el Gobierno de la Ciudad, de la razĂłn de estas encuestas. Se hacen para
demostrar la teorĂa de Mauricio Macri, de que la gente de clase media se
atiende en hospitales pĂşblicos en lugar de hacerlo en prepagas, lo cual
llevarĂa a arancelar los servicios.
EpĂlogo: del Ramos MejĂa me llevaron al Argerich porque no me podĂan poner
un stent. En el Argerich, por suerte, no me preguntan ninguna estupidez. Me
colocan con rapidez y precisiĂłn el stent y me dicen que pronto voy a estar
bien, que lo peor ya pasĂł. En la unidad coronaria pronto me visitaron
parientes y amigos, gente que quiero mucho. Entre ellos, el compañero y
amigo Juan Sasturain. Juan me conminĂł a que contara esta historia.
Hoy, a cuatro semanas de aquel episodio, me dieron ganas de escribir.
Link a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/contratapa/13-127944.html
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Pablo Manuel Rizzo
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